Segunda Semana Santa del coronavirus, en una basílica de San Pedro casi vacía (apenas medio centenar de fieles, y una veintena de cardenales), con todas las medidas de seguridad e higiene, incluyendo el canto del coro en directo. El Papa, como ya sucediera hace justo un año, con los ropajes rojos de fiesta, bendiciendo las palmas de los presentes (la suya, como siempre, proveniente de Elche). Y lanzando el mensaje claro: del sufrimiento se pasa a la vida. "Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento".

Domingo Ramos Vaticano

Y gracias a eso "ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo". Porque, pese a lo que vamos a vivir estos días, "ningún mal, ningún pecado  tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas".

Tras la bendición y la lectura, cantada, del Evangelio de Juan, y la posterior procesión, Francisco, caminó hacia el altar de la cátedra de San Pedro, donde se desarrolló la liturgia. Por primera vez en estos días, se lee el relato de la Pasión. Hoy, es el día de la primera victoria. Pronto llegará el martirio. Así lo recordó el Papa, quien comenzó su homilía apuntando al "sentimiento de asombro" del Domingo de Ramos. "Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y  crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa", proclamó: "Entremos entonces en este estupor".

"Jesús nos sorprende desde el primer momento"

Y es que "Jesús nos sorprende desde el primer momento". Entrando en Jerusalén "sobre un humilde burrito". "La gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio", subrayó Bergoglio.

"Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y  crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa"

Mientras la gente "espera celebrar la victoria sobre  los romanos con la espada, Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz", explicó el Santo Padre. "¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”?", se preguntó. "En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él".

Admirar a Jesús no es suficiente, hay que seguir su camino

"También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia. Lo admiran, pero sus vidas no cambian", advirtió Francisco. "Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro". 

¿Y qué es lo que más sorprende Jesús? "El hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos".

"Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada (...). Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto?", continuó el Papa.

"Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal", apuntó. "Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos". Esta es la clave: "Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento".

"También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia. Lo admiran, pero sus vidas no cambian"

Dios vence por el madero de la cruz

Así, Cristo "probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de  todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios". Experimentó "en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó", recalcó Bergoglio. Y gracias a eso "ahora sabemos que no  estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo". Porque, pese a lo que vamos a vivir estos días, "ningún mal, ningún pecado  tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas". 

Por eso, el Papa instó a que "pidamos la gracia del estupor" frente una vida que puede ser monótona. Porque "si la fe pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda, ya no siente la maravilla de la gracia, ya no experimenta el gusto del  Pan de vida y de la Palabra, ya no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación". 

Una fe corroída por la costumbre

En esta Semana Santa, reclamó Francisco, "levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor", como haría San Francisco. "¿Somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él?". La respuesta, dura: "Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la  costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos  creemos incluso fracasados".

"Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Y en la  belleza de amar", subrayó el Santo Padre, porque "en el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo.  Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está allí, en los últimos, en los rechazados".  

"Dios sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!", finalizó el Papa, recordando la frase última del centurión.

"Muchos, antes de él en el Evangelio, admirando a Jesús por sus milagros y prodigios, lo habían reconocido como Hijo de Dios, pero Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de  quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto  potente y terrible". Ahora ya no, "ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones. Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor".

 

Jesús Bastante

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