Han bastado un puñado de días (y un montón de gestos revolucionarios) para que Francisco haya conseguido meterse en el bolsillo a buena parte del mundo. Sin embargo, Francisco no gusta a todos. Para nada.

Aparte de los cínicos habituales que se quejan de que los gestos de humildad del nuevo Papa sean solamente gestos, entre los sectores más tradicionalistas de la Iglesia, el Papa Francisco despierta auténtico rechazo: dónde se ha visto, claman indignados, que en Jueves Santo un Papa le lave los pies ¡a dos mujeres!, ¡¡una de ellas musulmana!!

Pero Francisco también incomoda a buena parte de la Curia vaticana, a todos esos monseñores, obispos y cardenales que llevan un espectacular tren de vida y a los cuales la austeridad de Francisco está dejando en clamorosa evidencia.

«¿Cuándo se decidirá a ejercer de Papa?», es la cantinela que estos días repiten muchos en el Vaticano, haciéndose cruces ante la (a su entender) estrambótica idea que ha tenido Francisco de renunciar al boato del apartamento pontificio, donde tenía 10 lujosas habitaciones a su disposición, para instalarse modestamente en Casa Santa Marta, una residencia para eclesiásticos.

«Por ahora en el Vaticano todos lo tratan con la deferencia debida al nuevo jefe, pero el desconcierto por su intención de comportarse como un obispo pobre comienza a irritar a los prelados más conservadores», sentencia el veterano Marco Politi, vaticanista de Il Fatto Quotidiano, subrayando cómo la austeridad de Francisco «cuestiona los palacios, coches, servidumbre, consumismo y afán de éxito que proliferan en el mundo eclesiástico como en cualquier organismo social».

Predicar la pobreza es algo que tradicionalmente han hecho los Papas. Pero Francisco la está abrazando, y ése es el problema. Porque en el Vaticano el que más o el que menos vive a lo grande, en una mansión estupenda, con un coche de lujo a su disposición y al cuello una cruz de oro con piedras preciosas incrustadas. Aunque algunos, por si acaso, ya se la están quitando en sus apariciones públicas.

«A este Papa lo van a acabar quitando de en medio, cualquier día de éstos lo envenenan», sentencian con resignación muchos romanos, convencidos de que uno como Francisco no puede durar mucho en ese nido de víboras que muchos consideran que es el Vaticano. «Acabará como el pobre Juan Pablo I», se escucha recurrentemente en los cafés.

Los ultraconservadores, por su parte, se rasgan las vestiduras ante los signos de apertura del nuevo Papa. Marcelo González, director de la web tradicionalista Panorama Católico Internacional, publicaba hace unos días un artículo bajo el elocuente título de El horror, en el que se echaba las manos a la cabeza por la elección de Bergoglio como Pontífice y le reprochaba que «profese abiertamente doctrinas contra la fe y la moral», que sea «enemigo jurado de la misa tradicional» y que en sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires no haya «perdido ocasión de ceder la catedral a judíos, protestantes, islámicos e incluso a elementos sectarios en nombre de un diálogo interreligioso imposible e innecesario».

A todos esos ultraconservadores católicos les han repateado los mensajes a favor del diálogo religioso con judíos y musulmanes que Francisco ya ha lanzado.

Pero digan lo que digan, lo que a estas alturas parece claro es que Francisco seguirá siendo el Papa que él cree que debe ser: sencillo, austero, dialogante y pobre.

Irene Hdez. Velasco

El Mundo