JESÚS DE NAZARET    

                             


                              

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Las parábolas (10)

 

 

El juez inicuo

 

 

¡Cuidado con las comparaciones!

 

A primera vista, Jesús compara a Dios con un juez inicuo. Es decir, si la leemos sin profundizar, parece que nos aconseja que hagamos con Dios lo que haríamos con un juez que se vende por dinero, por favores políticos u otro tipo de beneficios.

 

Yo, que no estudié con la Logse, aprendí que las comparaciones son peligrosas. Para no caer en el error debe quedar claro el término que se compara. Si yo digo que alguien es como una paloma, debe quedar claro qué hay de común entre ese alguien y paloma: por ejemplo, su ingenuidad, su agilidad. Debo evitar que se entienda que le estoy poniendo alas, o plumas.

 

Debe quedar claro que Dios no se vende. No trates de sobornarlo como podrías hacer con un juez inicuo.

 

Esta es la parábola: Lucas 18, 1-8

 

1 Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse, les propuso esta parábola:

 

2 - En una ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre. 3 En la misma ciudad había una viuda que iba a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. 4 Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó: “Yo no temo a Dios ni respeto a hombre, 5 pero esa viuda me está amargando la vida; le voy a hacer justicia, para que no venga continuamente a darme esta paliza”.

 

6 Y el Señor añadió:

 

- Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7 pues Dios ¿no reivindicará a sus elegidos, si ellos le gritan día y noche, o les dará largas? 8 Os digo que los reivindicará cuanto antes. Pero cuando llegue el Hijo del hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?

 

 

¿Es una parábola para enseñar a orar, o una parábola para confiar?

 

Lucas la sitúa inmediatamente antes de la parábola del fariseo y el publicano, ya comentada, aquellos que suben al templo a orar. Pero la parábola del fariseo y el publicano tampoco es una instrucción o incitación para orar. Son personajes símbolos de actitudes ante Dios, ante los demás y ante uno mismo. Dos posturas ante Dios y ante los demás.

 

¿Qué se quiere promover aquí, con esta historia de un juez inicuo? ¿La constancia para conseguir algo, o la confianza en el Señor? ¿Qué se nos quiere inculcar, que a Dios hay que darle la lata hasta conseguir lo que pedimos o, más bien, la seguridad de que Dios no va a fallar?

 

La viuda. En toda la sociedad bíblica, las viudas son, junto con los huérfanos, el prototipo del desamparo. No tiene por qué ser una anciana. El casamiento solía darse desde los trece o catorce años. Podía ser una viuda joven. El asunto que lleva la viuda es de dinero. Por eso acude a un juez y no a un tribunal. Es pobre. Por eso no ha podido hacer ningún regalo al juez. Su único medio es “mendigar” justicia.

 

El juez. Es un inicuo. Se aprovecha nada menos que de su poder de impartir justicia para aumentar sus ganancias. El hacer justicia le da el poder y negocio. Lo peor que puede hacer un juez es vender sentencia a cambio de favores sean del tipo que sean: económicos, políticos, fama o cama.

 

Cuenta J. Jeremías, en una nota al pie de página, que un autor inglés especialista en la Biblia describió en 1894 el juzgado de Nisibis, Mesopotamia:

 

(Diccionario: Cadí es un juez civil entre turcos y moros).

 

“Frente a la entrada se sentaba el cadí, medio hundido en cojines; alrededor de él, los secretarios. En la parte anterior de la sala se agolpaba la población: cada uno pedía que su asunto pasase en primer lugar. Los más sagaces cuchicheaban con los secretarios, les daban a escondidas “derechos” y sus asuntos eran despachados rápidamente.

Entre tanto una pobre mujer, a un lado, interrumpía constantemente el proceso con grandes gritos pidiendo justicia. Fue reprendida y llamada al silencio duramente. Y se contaba que acudía cada día con reproches. “Y lo haré hasta que el cadí me escuche”.

Finalmente, un día al terminar la sesión preguntó el cadí impaciente: “¿Qué quiere la mujer?”. Resultaba que el recaudador le forzaba a pagar impuestos, aunque su hijo único había sido llamado al servicio militar. Inmediatamente se le resolvió el problema. Si hubiese tenido dinero para sobornar a los secretarios, le hubiesen hecho justicia mucho antes.”

 

Esto ocurría en 1894. Hoy sabemos todos que aún se compran secretarios, jueces o reyes para acelerar o dilatar sentencias y así no entrar en la cárcel o salir antes de ella. ¿O no? Lo único que ha cambiado son los guantes: ahora no se grita ante los juzgados. Ahora todo se hace con guantes blancos.

 

Jesús. El narrador de la parábola. Seguro que había visto mil novecientos años antes que el inglés, alguna escena similar. “Un juez que ni temía a Dios ni respetaba al hombre”. Jesús vive en una sociedad que no es la sociedad –el reino- que quiere su Padre. Y le hiere.

 

El centro de la parábola no es la viuda, es el juez. Si siendo, como es un juez corrompido, resuelve un asunto para quitarse un problema ¡cuánto más Dios atenderá y ayudará al angustiado que confía en Él!

 

Conclusiones.

 

·   No tienes que darle la lata a Dios. Ni sobornarle con sacrificios y promesas. El es bueno.

 

·   Pon tu confianza en la bondad de Dios: “Os digo que os atenderá. Será vuestra salvación”

 

·   Jesús les anunciaba a los suyos, repetidamente, que van a ser expulsados, perseguidos, como él. Pero su vida no dependerá de un juez inicuo. Nuestra confianza está en un Padre bueno.

 

·   Dentro de una visión creyente de la sociedad, quizá un juez representa lo más sagrado: hacer justicia entre los hombres. Es el oficio más cercano a Dios. Entre los paganos el sacerdocio fue oficio sagrado. Pero entre seguidores de Jesús, ese oficio sagrado pasó a la comunidad de los hermanos.

 

·   Hacer justicia entre los hombres es algo auténticamente sacramental: simboliza a Dios y lo hace presente.

 

Quizás no haya un personaje más dañino, para una sociedad, que el de un juez vendido. Incluso para una sociedad cristiana es más imprescindible una justicia y jueces honestos que un gremio clerical.

 

 

 Luís Alemán