JESÚS DE NAZARET    

                             


                              

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Las parábolas (9)

 

 

Parábolas de la conversión

(2ª Parte)

 

 

En el texto anterior, analizamos “la inminencia y la tardanza del final” en tres parábolas: el ladrón nocturno, las diez vírgenes y el portero y los sirvientes.

 

Ahora nos fijamos en el segundo tema dominante en esas mismas parábolas: la “conversión”.

 

 

La palabra y el concepto de “convertirse”, tiene mala prensa en la calle. En general, hay poca gente con ganas de convertirse. Lleva una carga excesiva de sacristía, liturgia aburrida, misiones populares, ejercicios espirituales, propósitos. Convertirse genera un gran desaliento acumulado de fracasos. El hombre se convierte y vuelve sobre sus pasos. En el fondo no sabe qué es convertirse.

 

Durante la década de los cincuenta, sangrante aún la guerra civil, recorrió España y sobre todo Andalucía una nueva profesión: la de los religiosos llamados misioneros populares con la insana intención de “convertir” a España y todos sus pueblos. Las concentraciones de masas fueron espectaculares. Se consagraban ciudades enteras al Sagrado Corazón y se recibían visitas de la Virgen de Fátima.

 

Le siguieron los cursillos de cristiandad. Y se contaban casos de “conversión” que conmovían a sabios y sencillos. Nadie hizo más por convertir a España que Franco y su corte clerical durante aquellos años. No había mucho pan ni libertad de pensar y hablar. Nadie nos quería en el mundo. Pero España vivía un sueño de Jerusalén celestial, sintiéndose gran reserva espiritual de la cristiandad.

 

Al margen de ese catolicismo español, manipulado, dirigido por el clero, en centro Europa, teólogos como Yves Congar, Henri de Lubac, Chenu (gran teólogo y principal apoyo del movimiento de los curas obreros) y revistas como Témoignage Chrétien vivían con angustia la pregunta: “¿Essor ou déclin de l´Eglise?” ¿Auge o declive de la Iglesia?

 

En Roma, y por encargo del mismo Pio XII, el Padre Lombardi, ayudado por otros jesuitas, propuso un plan de conversión integral de la Iglesia, que comenzara desde arriba. Pero la Curia del Vaticano lo aplastó.

 

La curia se llamaba cardenal Ottaviani. La semilla, en cambio quedó enterrada y floreció en una convocatoria de “conversión” llamada Concilio.

 

¿Qué pensaba Jesús cuando decía “convertíos”?

 

No parece que la tan repetida palabra griega meta–noia (Lucas la pone en boca de Jesús solamente una vez) exprese el sencillo, claro y directo mensaje de Jesús.

 

Para Jesús de Nazaret,

 

·         se convierte quien recapacita y ve con claridad que está haciendo el tonto. “Los jornaleros de mi padre comen y yo, por este camino, me muero de hambre. Me voy a casa de mi padre”. Lc 15, 17-18. Ese que escoge la casa del padre se ha convertido.

 

·         se convierte quien reconoce la propia idiotez. Hasta el punto de avergonzarse de lo equivocado que anda: el publicano no “se atreve ni a alzar los ojos”

 

·         se convierte quien lo manifiesta, además, pidiendo perdón al hermano: “si yendo al templo, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y ofrece tu ofrenda” Mt 5, 23,24.

 

·         se convierte cuando traduce su conversión en justicia, reparación de daños y generosidad con los pobres: “La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien le he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces” Lc 19, 8

 

En el cielo habrá mas alegría por uno que se “convierte” que por 99 que no han tenido que convertirse. Lc 15, 7

 

Pero la conversión de la que habla Jesús no es sólo, ni sobre todo, de los pecadores. Es sobre todo para los que piensan que no tienen necesidad de arrepentimiento. Según Jesús, se tienen que convertir los que cumplen la ley, incluso toda la ley, incluso aquellos “noventa y nueve justos que no sienten necesidad de enmendarse”.

 

-  Maestro todo esto lo he cumplido desde joven

-  Una cosa te falta… Mc 10, 17-22

 

Para nosotros

 

Para nosotros, el convertirnos, el arrepentirnos fue, de ordinario, cuestión personal y secreta, en confesionario, sin eco social. No participaban los hermanos, ni los pobres. La alegría, si la había, era nuestra.

 

Para nosotros, sólo se convierten los malos, los pecadores groseros.

 

Para nosotros, la comunidad cristiana, la iglesia es santa. Por eso no tiene que convertirse. Pudiera ser que en el cielo nadie se alegre al ver a los Cardenales, ni a los papas, ni al Arzobispo de Granada, porque allí sólo se alegran de los que se convierten. Y ninguno de estos se tiene que convertir. Forman parte de los 99 justos.

 

El núcleo del “convertíos”

 

Sí, te lo aseguro: si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios” Jn 3,3

 

Os lo aseguro que si no os hacéis de nuevo como niños, no entráis en el reino de Dios. Mt 18,3

 

Ese “de nuevo” es la traducción más técnica de lo que algunos traducen por “cambiáis”.

 

Para Joaquín Jeremías, ese hacerse como niños no es por su humildad, por su pureza. Volver de nuevo a hacerse niños es aprender de nuevo a decir Abba. Depositar de nuevo toda la confianza en el Padre. Volver a la casa del Padre: aunque te lo hayas gastado todo; aunque hayas olvidado la ley; aunque lleves mucho barro en los pies y manos.

 

Convertíos: Volved al hogar, y decid de nuevo Abba.

 

Eso es para Jesús, convertirse. Aún podéis volver al Padre. No sabemos cuánto tiempo queda. La vida es muy corta, no la desperdiciéis. El ladrón, el esposo llegan sin avisar. (Los consuegros están negociando el precio de la esposa, y nadie sabe cuándo acabarán. Puede que lleguen a media noche. Sin avisar. No tires el tiempo.)

 

 

 Luís Alemán