Respuesta a un S.J.
Respetado padre jesuita:
Me ha escrito al menos dos cartas. En una,
quiere Vd. “equilibrar la fe adulta con la fe niña”.
En la segunda, defiende Vd. con una piedad, a mi juicio
algo manoseada, que en la Iglesia romana hay de todo:
cizaña y trigo, y que no “podemos acusar a Roma de
ser in solidum la sinagoga de Satanás”. Pues muy
bien.
Yo diría más. Añadiría que etiquetar lo que es
cizaña o trigo, es asunto del Padre. Por supuesto que
hasta en el Vaticano puede haber trigo.
Me pide Vd. en su última carta, día 6 de marzo,
que “publique su intercambio dialogal”. Uno de mis
trabajos en fe adulta es contestar a los correos. El
publicar colaboraciones o pláticas de lectores no es
competencia mía.
Fácilmente comprenderá que la línea de
pensamiento ofrecida en fe adulta, y en concreto la mía,
no sea siempre acogida por todos los lectores. No sólo
me animan los que sintonizan con mis reflexiones,
también las críticas o puntualizaciones como las suyas,
serenan mi tendencia ardorosa y me obligan a repensar.
Hay incluso quien, desde Sudamérica, me animó a colgarme
una rueda de molino del cuello y arrojarme al mar. Pero
yo vivo y escribo frente al mar y compruebo que el mar
está muy frío.
Roma. Vatican City State.
Dejo para otra ocasión el comentario sobre su
intento de equilibrar fe adulta y fe niña.
Hoy hablamos de la Institución eclesial y su
centro neurálgico, Roma. A la que Vd., como jesuita
tradicional, defiende de manera especial.
Como cuestión previa, no conviene nunca olvidar
que las grandes palabras como “Dios, Iglesia, Biblia,
Revelación, Salvación,” y muchas otras pueden encerrar
diversos significados. A veces,
según quien las utilice, con
sentidos muy distantes. Es decir cuanto más grandes los
conceptos y las palabras, más equívocas.
A lo largo del Vaticano II quedó evidenciada la
realidad sobre un tópico teológico vacío. Tópico bonito
y feo, verdadero y falso, atractivo y repelente, falaz y
seudo apologético, maligno y tranquilizante,
empobrecedor y enriquecedor: el topicazo simplón y
pietista de que la Iglesia es Una, Santa, Católica,
Apostólica y Romana. Cinco palabras. Cinco vaguedades.
Cinco medio verdades y medio mentiras (Por ejemplo, al
decir iglesia ¿de qué hablamos?)
¡Cuánto daño nos ha hecho a los católicos la
soberbia de ser miembros de esa Iglesia una, santa,
católica, apostólica y romana!
Le voy a poner un símil: De niño viví y sufrí,
como pocos y como muchos, la guerra civil española. Tras
la victoria del católico dictador militar vino aquello
de España Una, Grande y Libre. Después, a mí - victima y
huérfano de la guerra - me hicieron el lavado de cerebro
de ser ciudadano de esa España, Una, Grande, y Libre.
Hasta que un día, ya tarde, reventó la nausea por los
oídos, ojos y narices. A partir de ahí, empecé a ser
mayor. Y hago lo posible para que no me engañen más, ni
los unos ni los otros, ni yo a mi mismo.
Tengo la necesidad y la obligación de ser
adulto. Sueño con conseguirlo, aunque sea en los últimos
años de mi vida. No quiero morir como un niño. Y mi
trabajo me está costando. No acepto más dueños, ni más
reyes, ni de oriente ni de occidente. Quiero correr el
riesgo de ser yo. Al menos, necesito el vértigo de
intentarlo. Ya que entonces, no me dejaron ser niño,
porque crecí a las puertas de un penal de Franco, tras
cuyas tapias destrozaban a mi padre, ahora quiero ser un
viejo adulto, lo más libre y lo más creyente posible.
Perdone el recuerdo vital. Es como una parábola
sobre la Iglesia Católica, Santa, Una, Apostólica y
Romana. Hay similitud sicológica: Patria e Iglesia
Romana son dos superestructuras, como dos superyos
rígidos que intentan esclavizar nuestra psique.
La Institución eclesiástica (lo que algunos
llaman Iglesia) cuenta con un funcionarizado al
que se le amaestró bajo un superyo eclesial, hasta
conseguir una especie de raza humana jibarizada.
En la actualidad, uno de los problemas de la
Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana es que ese
clero comenzó a quitarse la sotana. (La sotana es un
símbolo, además de unos grilletes) Y ya, sin el uniforme
talar, poco a poco, muy poco a poco, comienza a salir de
Egipto. Y no se sabe qué ocurrirá con una Roma sin
sotana.
Dejemos, mi querido hermano jesuita, los
sermones vacíos. Aceptemos la realidad. Y la realidad es
múltiple. (¿No estudió Vd. el problema filosófico de lo
uno y múltiple a la vez?)
Unidad
en la fe. Sí, pero no puede ser excusa para defender un
sistema de gobierno que corrompe la belleza y vigor del
evangelio. La unidad no es arma para perseguir profetas
y arrancar de raíz lo carismático. La unidad, hoy,
excomulga al Espíritu Santo.
Es evidente que dentro de la supuesta unidad
eclesial, subsisten dos corrientes muy
diferenciadas e identificables. ¿O es lo mismo Ratzinger
que Montini; el Opus que Jon Sobrino, Oscar Romero que
Cañizares, las comunidades de base que los Kikos, la
Catedral de la Almudena que la exParroquia de S. Carlos
Borroneo, etc.? Ponga los ejemplos que quiera.
Santidad
por la presencia del Espíritu de Jesús. Sí, pero no
puede ser una tapadera para ocultar tanta desfachatez,
tanta soberbia, tanta mentira y tanta doblez apostólica,
diplomática y moral vinculada al sistema de gobierno
eclesial romano.
Apostolicidad
de la Iglesia. Sí, pero no compatible con, ni
fundamento para la exclusividad y acaparamiento
del poder.
Romanicidad
de la Iglesia. No. Viene de Constantino, no de Jesús ni
de Pedro. Roma es simplemente un icono turístico,
ausente de valor evangélico. Una estrategia de poder.
Nuestro hermano mayor, nuestra sede de referencia (que
sí es muy conveniente que exista, dada la dimensión
comunitaria-social de nuestra fe. No por imperativo
divino) pudo estar en Damasco, en Constantinopla, en
Jerusalén, en Burundi o en Cuba.
Roma para los católicos, es igual que fue
Jerusalén para los Israelitas: una estratagema de David
o Constantino.
No es el Papa lo que se cuestiona, sino el sistema
que lo tiene cautivo. Un papa sustituye a otro, pero
la Curia permanece.
Cardenal Joseph Suenens
El sistema es la Curia. Siempre
tendremos todos que reformarnos y crecer en la fe, en el
amor y en la esperanza. Pero es la Curia la que huele
peor a corrompido. Es la Curia donde está el nido de
zancadillas al Cristo de nuestra fe, como el patio de
aquel templo lleno de vendedores y cueva de ladrones.
Decía yo en el artículo que Vd. comenta:
“La soberbia de Roma nunca tuvo descanso ni
limites. Roma, ayer y hoy, fue y sigue siendo una
trituradora de hombres buenos y profetas. Roma dedicó
siempre mucho más tiempo a condenar que a oír, orar y
dialogar. Desde Roma no se pastorea, se degüella. Así
fue siempre Roma. Pero es nuestra Roma. Y en aquella
ocasión, fue Roma la que sembró el desconcierto
eucarístico que se traduce en la desbandada, apatía e
ignorancia de hoy.”
Le recomiendo que lea Vd. dos libros. Uno, muy
antiguo ya, Diario del Concilio, de Henri Fesquer
(enviado especial de Le Monde), año 1967. Otro recién
salido del horno: Verdad controvertida, de Hans Küng.
En ellos aparece la multiplicidad y la unidad,
la santidad y la trapacería, y la urgente necesidad de
que se nos caiga la piedad infantil. Y desde una madurez
humilde aceptar como cruz impuesta por los poderes
fácticos, esa Una, Santa, Apostólica y Romana Iglesia,
más parecida al Sanedrín que se cargó a Jesús, que a
Jesús.
Al
Concilio fueron dos corrientes muy diferenciadas de
iglesia católica. En el Concilio, el papa Juan dejó
hablar a las dos. Muerto Juan, Pablo VI recogió velas y
permitió que la curia volviera a imponer sus criterios.
Mataron a Juan Pablo I. Llegó Wojtyla y aplastó a una de
las dos corrientes. Ratzinger es creatura producida por
el sistema, al servicio del sistema.
¿Cree, mi reverendo y creyente hermano, que la palabra
Iglesia es palabra unívoca?
Luís Alemán