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¿Adultos o párvulos?

 

“Lo que se publica en "Fe adulta" es verdaderamente inquietante. Hace pensar. Invita al diálogo. Mi propuesta es que la fe adulta se ha de equilibrar con la "fe niña". De hecho Cristo es explícito. Al Padre le dice que escondió estas cosas -los misterios de la fe- a los sabios y entendidos y se las reveló a los sencillos y pequeños "parvulis". Y también que si no nos hacemos como los niños no  entraremos en el Reino de los cielos.

 

Ante todo otro ser humano, crecemos y somos adultos, pero ¿ante quién somos "niños"?, sin duda que ante el gran Padre Dios, y ante quien con seguridad nos dice qué es lo que Dios ha revelado y es importante saberlo, y qué es lo que nos pide ese Padre que hagamos, ante la Iglesia, "mística persona", que es nuestra gran Madre y se expresa con autoridad en sus pastores, hombres como nosotros, pero con el carisma de magisterio, para que en lo más fundamental de la fe no haya incertidumbres sino una fe de "Roca",de Pedro.”

Deseándole toda bendición y alegría,

Ramón Sevilla, SJ

 

Mi querido amigo Ramón Sevilla s.j. (¿sudamericano?) me emplaza a pensar, conjugar o armonizar extremos tan serios, tan teológicos que configuran nuestra actitud ante la “madre” Iglesia, ante Dios Padre y, por ende, la imagen que ofrecemos al resto de la sociedad. ¿Debemos ser niños, “parvuli” como traduce Jerónimo el de la Vulgata? ¿Niños ante lo divino, ante Dios, ante nuestros gobernantes eclesiales, ante el Papa?

 

Hay que tener mucho cuidado con el uso de los símbolos, imágenes y comparaciones utilizados en la Biblia. Una mala interpretación de un símbolo nos puede conducir a un desenfoque doctrinal y convertirnos en monstruitos de circo: niño (“parvulus”), adulto con barba, pelo blanco y arrugas; ovejita tontorrona; cabrito con cuernos.

 

Esto de expresar, hoy, nuestra teología o espiritualidad cristianas con parábolas, imágenes y ritos de otras épocas puede ser muy peligroso. Y pueden ser causa de grandes insatisfacciones y parálisis en nuestro desarrollo de hombres de fe.

 

Gran parte de nuestros ritos, costumbres y el mismo diccionario cristiano, procede de una determinada cultura tribal, pastoril, campesina, oriental y primitiva en la que se fraguó nuestra fe. Jesús no nació, predicó y murió en Manhattan cyt, siglo XX. Ni en China siglo I. Ni conoció la electricidad ni el agua corriente ni la ducha ni la corbata. Abrahán, padre de nuestra fe, fue un nómada con su Dios a cuestas. Y la fe de Abrahán y de Jesús se expresó con palabras, imágenes, símbolos, y por medio de historias concretas y costumbres difíciles de comprender y desentrañar hoy.

 

Para interpretar los textos antiguos no basta con traducir las antiguas palabras a nuestros idiomas. Hay que comprender la cultura en la que nació y se expresó aquella fe, sacar su sabia para injertarla en otra cultura muy diferente. Un buen diccionario no basta. Es imprescindible un buen libro de historia.

 

Esto tan sencillo de comprender, ha sido y sigue siendo ignorado por muchos sabios jerarcas y desconocido por las masas. No hay libro más pernicioso para nuestra fe que la Biblia tragada sin entender. Como no hay libro más peligroso para el mundo actual que un Corán convertido en píldoras encapsuladas en el siglo VII.

 

Nuestra teología, nuestra liturgia, nuestros ritos están invadidos por imágenes, símbolos, historias, e incluso conceptos que sirvieron hace miles de años, pero hoy resultan incomprensibles o dañinas. Y a esto se ha llegado

 

  1. por un miedo ignorante a tocar lo considerado como objeto divino,

  2. por pereza, y cobardía,

  3. por fanatismo místico ante palabras y formas supuestamente dictadas o escritas por el mismo Dios,

  4. por haberse refugiado, infantilmente, en un concepto de “revelación” mecánica, lacrada con anatemas hasta el mismo siglo XIX.

 

Los escritores bíblicos crearon imágenes y simbologías pedagógicas para sus coetáneos. A nosotros se nos entregaron esos “talentos” y nosotros, por miedo y falsa piedad enterramos lo heredado, no sea que el “dueño” exigente nos reclame responsabilidades si, por querer sacarles rendimiento, lo hacemos mal.

 

Iré despacio en el desarrollo dada la importancia y delicado del tema. Primero pondré algunos ejemplos de símbolos maltratados y deformadores. Después trataremos de sacar conclusiones para nuestra vida de fe.

 

Algunos ejemplos.

 

Los corderos.

 

Newton cayó en la cuenta de la ley de gravedad, Darwin, a base de estudio cae en la cuenta de que todo lo (creado, o) existente, es resultado de un grandioso proceso de evolución. Einstein cayó en la cuenta de la relatividad. Como ellos, innumerables hombres geniales descubren lo evidente. Porque lo difícil es caer en la cuenta de lo evidente.

 

Antes que ellos, un hombre bueno, llamado Abrahán, llegó al convencimiento de que Dios, el Dios en quien él pensaba y al que oraba, era bueno. Por eso le ofrecía sus primeros racimos de uva, sus primeros corderos. Convencido como estaba de que todo procedía de su Dios.

 

Pero llegó un momento en el que no pudo creer que su Dios bueno quería que también le ofreciera un hijo, quemado en un altar como un corderillo. Eso no podía quererlo su Dios bueno. Aunque fuera la costumbre de las demás tribus o los demás pueblos. Al caer en la cuenta de la crueldad de aquel rito sangriento y primitivo estableció una ley clave: su Dios no quería la muerte de ningún hombre. Porque su Dios amaba a los hombres. Acababa de dar un paso gigante en el desarrollo del hombre.

 

Eso se expresa en el conmovedor relato que todos conocemos. El relato, seguramente no es histórico. Hay quien duda de la entidad histórica de Isaac. Pero eso es anecdótico.  Lo importante es la ley puesta en movimiento por Abrahán. Todo el “cuento” narrado pudiera ser bella y simple pedagogía.

 

La historia o cuento acaba con un infeliz cabrito que se enredó con sus cuernos entre la maleza. Ese cordero sacrificado en el altar de Isaac se ha hecho dueño de la piedad, de la teología, de la literatura, de la iconografía hasta suplantar y representar al mismo Jesús sacrificado en la cruz, en la que deberíamos estar todos clavados, porque somos malos y no merecemos otra cosa. Y Dios Padre y Bueno necesitaba sangre para redimir al género humano.

 

Cruel, cruelísima interpretación de la Historia de la humanidad. Fotografía pagana de Dios. Incoherencia chirriante del Dios Amor.

 

Es evidente para nuestra fe

 

  1. que el Dios de Jesús quiere la plenitud del hombre,

  2. que la sociedad de los hombres genera redes de esclavitud con dueños, señores, servidores y esclavos. Los fuertes y poderosos  son siempre los primeros, y pisotean a los débiles,

  3. que el hombre, creatura de Dios, ha sido diseñado para ser humano, hijo de Dios y creador de fraternidad,

  4. que una casta de autoproclamados ‘los elegidos’ administra la bondad del Dios Padre de Jesús.

  5. que Jesús de Nazaret cayó en la cuenta del desastre, al ver tanto ciego, tanto mudo, tanto dominado por ideologías, tanto encarcelado en sí mismo, tanto paralítico, tanto hambriento, tanto esclavo, tanto arrogante, tanto manipulador de Dios,

  6. y que Jesús se reveló contra esa sociedad.

  7. y por eso lo mataron. Y no como a un cordero, sino como a un blasfemo, revolucionario y liberador del pueblo.

  8. Murió por poner en marcha la libertad y la dignidad de los hombres.

 

¡Olvídense de tanto cordero y tanto cabrito sacrificado! ¡Dejemos las ovejas y los corderos vivir en paz! ¡Vayamos al meollo del asunto!

 

 

Próximo ejemplo: “Los niños”

 

 

Luís Alemán