DEJARME
QUERER
Si
Dios vive y está en nosotros como el abrazo amoroso que
envuelve el universo, entonces de lo que se trata es de
dejarse querer. La oración consiste en dejarse abrazar
por Dios.
Es
como volver a la casa donde siempre nos esperan y, como
el hijo pródigo, dejar que nuestro Padre-Madre nos
abrace y nos cubra de besos.
La
oración es un encuentro amoroso con Dios. Dios está
atisbando a ver cuándo me decido a tomar conciencia de
su presencia en mi vida para abrazarme. Quizá no lo
sienta, ni importa mucho, pero esta es la realidad de
fe.
Tengo
que cambiar de chip y no pensar –como pensamos en el
fondo de nuestro subconsciente- que Dios no se me
comunica, que hay una resistencia por su parte.
Las
resistencias siempre están de nuestra parte en forma de
no dedicación, de falta de silencio, tranquilidad
interior y exterior, de apertura y búsqueda en
definitiva. Dios siempre está dispuesto; siempre está
atisbando nuestra “vuelta” hacia El; siempre está a
nuestra espera.
Lo
que más deseamos y ansiamos en nuestra vida es que nos
quieran. Cuando nos sentimos queridos nos experimentamos
llenos y nuestra vida tiene sentido. Y, al contrario,
cuando el vacío nos agarra es porque en el fondo hemos
dejado de experimentar el amor.
El
amor es la fuerza más dinámica del universo. El amor es
más fuerte que la muerte, la contra-fuerza de la
degradación universal. El amor es la única realidad que
se atreve a decirle a las fauces destructoras de la
muerte: tú no tienes la última palabra. La esperanza del
amor abre las puertas de un futuro de plenitud.
¿Dónde se funda la esperanza del amor si no es en el
Amor? ¿No es el Amor lo que andamos buscando por los
senderos y revueltas de la vida, por nuestras ansias y
desazones? ¿Dónde encontrar, tropezarnos, con el Amor
que ansía el corazón humano y que daría un atisbo de
esperanza a un mundo bastante terrible?
La
oración es un momento de caer en la cuenta, tomar
conciencia y vivir, disfrutar, que ya el Amor nos
habita. La oración es un encuentro en que el Amor nos
quiere.
Si
cayéramos en la cuenta de que lo que más ansía mi
corazón lo tengo a mano- claro en la luz oscura de la
fe-, entonces iríamos a la oración como se va al
encuentro con la persona más querida y que más nos
quiere. Iríamos con ilusión; iríamos con un enorme deseo
de encuentro con aquel que nos quiere; iríamos a gozar y
disfrutar, a dejarnos querer.
La
oración es un asunto pasivo, enormemente activo:
dejarse querer.
Ya
sabemos que no es fácil: no nos dejamos querer
fácilmente ni en lo humano ni en lo divino. Este es
nuestro problema. Requiere soltar amarras, confiarse,
dejarse, abandonarse un poco, no estar a la defensiva ni
querer monopolizar yo el encuentro.
Pero,
si vamos confiando, soltándonos, dejándonos, descubrire-mos
que es cierto que el Amor nos quiere.
Dios
está esperándonos siempre en nuestro propio corazón.
Llevamos al Amor con nosotros y no nos damos cuenta. Más
aún, el Amor nos lleva y no somos conscientes; incluso,
no queremos que nos lleve.
Guía mis pasos:
no puedo ver ya
lo que se dice ver allá abajo:
un solo paso cada vez
es bastante para mí.
Yo no he sido siempre así
ni tampoco he rezado siempre
para que Tú me condujeras.
Deseaba escoger y ver mi camino,
pero ahora, condúceme Tú,
siempre más adelante.
Experiencia del Cardenal Newman
Completa en Gritos y Plegarias, 306-7