LA ORACIÓN
ADULTA
¿PARA QUE VALE LA ORACIÓN?
Ya vamos viendo que lo
central de la oración es escuchar, estar con Dios y
dejarse querer y querer. Esto es lo importante.
Pero, de vez en
cuando, nos surge la pregunta o nos viene de otros:
¿para qué sirve la oración?
Especialmente, cuando
el ambiente religioso que tenemos alrededor está
hinchado de oraciones de petición. Parecería que la
oración es, fundamentalmente, un dirigirse a Dios para
obtener algo de El.
Tenemos que combatir
esta reducción de la oración a petición y a petición
para lograr algo de Dios.
Una oración madura,
adulta, en primer lugar, sabe que la oración es
encuentro, comunicación amorosa con Dios.
¿Para qué sirve la
oración? Sería lo mismo que preguntar: ¿”para qué sirve
el amor, la amistad”? No para obtener cosas, sino para
muchísimo más, para sentirse bien, ser feliz, ser yo
mismo.
Sin amor no somos
personas; sin contacto cercano, amistoso, amoroso, con
Dios, no sabemos quién es Dios; como no sabemos quién es
alguien si solo tenemos una relación comercial con él.
La oración para pedir
y pedir bienes materiales es una oración idólatra: trata
comercialmente a Dios y reduce a Dios a ser un dios
supermercado o “solucionario” de nuestras limitaciones y
necesidades.
El evangelio mismo nos
lo enseña. Si comparamos dos textos sobre la oración de
petición (Mt 7, 11 y Lc 11, 13), nos encontramos que
mientras Mateo nos dice que el Padre nos dará “cosas
buenas” a los que se las piden, Lucas avanza un paso más
y dice que el Padre nos dará “Espíritu Santo” a quien se
lo pida.
Es decir, las cosas
buenas espirituales de Mateo, lo expresa Lucas diciendo
que Dios se nos dará, se nos comunicará El mismo a
nosotros, pues eso es el Espíritu Santo (=Dios en
nosotros).
Aprendamos la lección:
a la oración se va no a pedir cosas, sino a recibir a
Dios mismo ya presente en nosotros (=Espíritu Santo).
En la oración de
petición que espera lograr algo de Dios, además de
mercantilismo hay una mala comprensión de Dios: se
presenta el dios-solucionario, que además suele ser un
dios-intervencionista en el mundo que manipula las
cosas, acontecimientos a su placer y, a unos, les da
enfermedades y accidentes y, a otros, bienes y trabajo;
a unos buena suerte y a otros mala suerte.
En el fondo, no se
acepta que Dios es el Creador del mundo, pero que ha
dejado este mundo en nuestras manos, bajo nuestra
responsabilidad.
El mundo funciona
según las leyes que Dios mismo le ha dado: tiene un
dinamismo divino, pero sigue sus propias leyes.
Se dice
teológicamente: el mundo tiene su propia autonomía, como
expresa el Vaticano II (L. G, 36; AA, 7b).
Todo esto nos lleva a
comprender que Dios no hace nada sin nosotros. Siempre
actúa en, con, a través nuestro, pero nunca sin
nosotros.
Si entendemos así a
Dios, entonces también entenderemos que la oración de
petición de cosas y bienes para nosotros, es una oración
no madura y corre el peligro de ser idólatra.
Sucede a menudo que la
gente cuando dice que “pide a Dios” hace otras muchas
cosas, además de pedir: expresa a Dios su situación, se
confía a él, dice lo que desea respecto al mundo, a una
necesidad o catástrofe, a una enfermedad de un ser
querido… aunque no obtenga nada de Dios.
Es decir, aunque sólo
saque el consuelo y la fuerza para seguir siendo fiel,
luchar por mejorar este mundo, atender al ser querido en
necesidad, etc.
Y es precisamente esto
último lo que debiéramos pedir desde el principio: no
que Dios cambie nada, como con una varita mágica, sino
que me cambie a mí, mi corazón, mis sentimientos y mi
disponibilidad.
De esta manera vamos
viendo que la oración de petición suele ser muchas más
cosas que eso. Por esta razón, es mejor que nos
eduquemos y ayudemos a otros a entender que la oración
no sólo es pedir; se puede dar gracias, desear, alabar,
hacer actos de amor, de ofrecimiento de sí mismo, de
adoración.
Se puede y debe, sobre
todo, escuchar, estar con El y dejarnos querer y querer,
porque Dios ya sabe lo que necesitamos antes que se lo
pidamos (Mt 6,7-8).
Y Dios nos quiere
hijos adultos y libres que cooperemos a hacer de este
mundo, un mundo verdaderamente humano.
Por tanto, cambiemos
el chip mental: no digamos tanto lo que Dios tiene que
hacer por mí; no pidamos tanto, digamos más bien: “te
presento Señor, tal necesidad, preocupación”, etc.
Sabiendo que El desea estar intensamente conmigo para
cambiarme a mí y así que yo le ayude a cambiar la
realidad de este mundo.
Oremos diciendo: ¿”qué
puedo hacer hoy Señor, por ti”?
SORDO Y MUDO.
Oh Dios, mi querido
Dios,
tú eres mi padre-madre
y me quieres muchísimo.
Pero eres sordo y no
oyes mis súplicas,
aunque te llame a
gritos cuando estoy angustiado.
Y, lógicamente, no
respondes a mi llamada.
Oh Dios, mi querido
Dios,
tú eres mi padre-madre
y me amas infinitamente.
Pero eres mudo y no
puedes hablarme,
cuando necesito
orientaciones para decidir lo mejor.
Y, lógicamente, no me
dices lo que debo hacer.
Tú me regalaste el
Espíritu,
que me ilumina, me
fortalece y me dinamiza.
Después te volviste
sordo, mudo y ciego.
Oh Dios, mi querido
Dios,
es maravillosa tu
presencia y tu potencia,
ciega, sorda y muda,
en mi vida adulta y
libre.
Patxi Loidi
completo en
Subiendo a Jericó, 105