TÚ ESTÁS
DENTRO
Vamos
a tratar de la oración.
Cuando nos ponemos en un grupo de fe a tratar de la
oración, normalmente lo primero que suele aparecer son
las dificultades. Lo que nos cuesta orar; las
distracciones que tenemos cuando nos ponemos; la falta
de tiempo o de disposición para apartar un tiempo; la
sequedad que tenemos; que no sentimos a Dios… y así,
casi hasta el infinito.
No
falta, claro está, quien dice que la oración es ya un
hábito y como una necesidad en su vida. Una especie de
alimento sin el cual no podría vivir su vida de fe.
Aparece poco o falta totalmente el señalar claramente
algo que es el corazón de la oración: orar no es hablar
o dialogar o dirigirse a alguien que está ahí fuera,
quizá lejano, no sé donde. Orar es dirigirse a alguien
que está dentro de nosotros.
Cambiaría nuestro modo de entender la oración si
empezamos por aquí, por esta sencilla realidad de fe:
Dios no está afuera, sino dentro de nosotros.
Es
una corrección a nuestra mala imagen de Dios, que
solemos situar fuera, como en las representaciones de
Dios de los chistes de Máximo.
No
estaríamos preocupados por ver si conecto o entro en
sintonía con alguien ahí fuera, lejano, sino por
abrirme, estar atento, escuchar, desvelar, atender o
sencillamente estar con una presencia que me
habita.
Si
además, creo y acepto, que esa presencia me ama, es
amorosa y quiere mi bien, entonces comenzaré a entender
que orar es una cuestión de atención a una presencia que
vive siempre en nosotros y con nosotros.
Juan
lo dice así de directo y claro en el discurso de
despedida que pone en boca de Jesús: podemos reconocer
al Espíritu de Dios “porque vive con nosotros y está en
nosotros” (Jn, 14, 17).
Se
trata de una afirmación que, sin duda, expresa una
experiencia que podemos hacer todos: Dios nos habita;
siempre está con nosotros. Soy, como decía Santa Teresa,
un castillo habitado.
Ya
que Dios me habita y acompaña, yo me abro y reconozco
esta presencia. La oración sería más un reconocer esta
presencia de Dios que cualquier otra cosa. Y,
naturalmente, vivirla; es decir, establecer una relación
con palabras, gestos, sentimientos o sencillamente, sin
nada, como quien está a gusto al lado de quien ama.
La
búsqueda de un encuentro explícito entre Dios y yo, esto
es, la oración, comienza con la iniciativa de Dios, no
con la mía. Dios me busca más que yo a él. Dios desea
muchísimo más mi encuentro con El que lo que desea mi
corazón.
S.
Pablo lo vio y experimentó muy bien: “el Espíritu de
Dios habita en vosotros”,..”un Espíritu que os hace
hijos y nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! (Rm, 8, 9, 11
y 15)
Avancemos un paso más, decir que Dios está dentro
es decir demasiado poco. Nosotros estamos en Dios.
Somos abrazados por El por dentro y por fuera. Vivimos
en El. Dios abraza, sostiene y penetra toda la realidad,
también la de los seres humanos.
S.
Pablo, cuando quiso decirles a los atenienses cómo era
el Dios cristiano, empezó por esta idea mística muy
extendida y conocida por los hombres espirituales de
todas las religiones: “Dios no está lejos de ninguno de
nosotros, pues en El vivimos, nos movemos y existimos” (Act,
17, 28).
Y en
nosotros está Dios y nos trata, se relaciona con
nosotros como personas.
TU
Tú
que manas dentro de mí
como
una fuente que no nace de mí
pero
que me moja y me riega,
Tú
que brillas dentro de mí
como
una luz que yo no enciendo
pero
que me alumbra mi sala de estar,
Tú
que amas dentro de mí
como
una llama que no es mi hoguera
pero
que pone en fuego todo mi ser,
Tú,
silencio íntimo,
que
no hablas,
pero
que sin palabras
pones
en mi vida la palabra
que
da la vida al mundo,
Tú,
confidente invisible,
diálogo,
compañía permanente,
que
me sacas del anonimato de las cosas
y me
haces ser yo.
Extracto de una oración de Patxi Loidi
Gritos y plegarias, 231