Martes de la 16ª semana (Mt 12,46-50)

Estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno le avisó: tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. Pero él contestó: ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando a los discípulos, dijo: estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.

Los más cercanos se quedan fuera

Jesús no es un extraterrestre caído del cielo sino un judío enraizado y perteneciente al pueblo de Israel. Sus vínculos familiares así lo atestiguan y certifican.

Pero ese pueblo, representado por los más próximos de Jesús, se queda fuera de la nueva comunidad que está construyendo al no querer escuchar sus enseñanzas.

Él ha roto con la tradición porque le impide realizar la obra encomendada por su Padre. Ellos, apegados a la religión oficial, no quieren saber nada de lo nuevo.

La lógica de la respuesta se ve mejor en otros evangelistas, porque nos indican que venían a llevárselo, al darse cuenta de que lo que hacía ponía en peligro el honor de la familia y sus posibilidades de supervivencia.

Quieren hacerle volver al redil trillado de las tradiciones y a la rutina de una religiosidad que se había alejado de una auténtica fidelidad a la Escritura, malinterpretándola.

En lugar de ver su actitud como un impedimento, Jesús la convierte en estímulo para seguir adelante con su misión, convencido de que es lo que Dios le pide.

La nueva familia no se constituirá por lazos de sangre o raza sino por la adhesión al mensaje que Jesús está proclamando en ese momento. No hay otra opción.

 

 

Fray Marcos