Sábado de la 21ª semana (Mt 25,14-30)

Un hombre dejó a sus empleados encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno. El que recibió cinco ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo. El que recibió uno, guardó el dinero. Cuando vino, ajustó cuentas. El que había recibido cinco, le presentó otros cinco. Su señor le dijo: Muy bien. Pasa al banquete de tu señor. Con el que había recibido dos pasó lo mismo. El que había recibido uno: aquí tienes lo tuyo. Quitádselo y dádselo al que tiene diez.

Nadie te exigirá más de lo posible, tampoco menos

El mensaje es claro. Hay que trabajar por el Reino. No caben excusas de ninguna clase. Ni la inseguridad ni el miedo pueden justificar una falta de compromiso vital.

Se resalta especialmente la poca importancia que tiene lo que se te ha dado. Tu única obligación es poner a trabajar todos los dones que te han otorgado gratis.

La cantidad de lo logrado tampoco tiene mayor importancia. Lo que se te exige es que arriesgues hasta el último céntimo. Eso es lo que van a valorar de ti.

Para la mayoría de los mortales, el riesgo está en equipararnos con el tercero. La baja autoestima y la desconfianza en lo que somos arruinan nuestra vida.

La única manera de hacer producir a tope lo que hemos recibido es ponerlo al servicio de los demás. Cuando intentamos sacar provecho personal, nos arruinamos.

Tanto en el orden material como en el espiritual, la obsesión por acumular riquezas o méritos pone en peligro la verdadera productividad de nuestra riqueza.

Solo lo que hacemos por los demás redundará en beneficio propio. Lo que intente retener lo perderé. Ni siquiera el favor que le haces al otro es lo importante.

 

Fray Marcos