ramon hdez m

Nací en Mogarraz (1940), pueblo enclavado en el corazón de la Sierra de Francia (Salamanca). Topónimo original, basado en una trilítera árabe que significa “lugar fecundo por sus aguas”; conjunto histórico; premio autonómico de turismo y uno de los primeros pueblos más bonitos de España.

Largos años de estudios con los dominicos empapelaron mi currículo de títulos vacuos. Mi vida laboral, casi toda ella de vendedor y autónomo, transcurrió impregnada de colaboraciones activas con varias ONG y asociaciones culturales. Hoy, mi ya larga “vida jubilosa” me enfrenta a compromisos que me anclan varias horas diarias al ordenador. Soy un pensador aficionado, de a pie, libre y atrevido, al tiempo que un aprendiz de escribidor y un niño juguetón, casi octogenario.

“Fe adulta”, contrapunto de la sosegada “fe del carbonero”, es decir, esa candorosa fe que jamás crea problemas y hace que la vida del cristiano navegue por un mar en absoluta calma, me ofrece la posibilidad de compartir con muchos, a este y al otro lado del Atlántico, pensamientos largamente aquilatados y sentimientos bien acrisolados. Un reto difícil, pues, proponiéndose uno abrir nuevos caminos e invitar a recorrerlos, debe esquivar el riesgo de desorientar y hasta de escandalizar a lectores curiosos, sin los pertrechos necesarios para discernir convenientemente lo dicho y asimilar lo conveniente.

Arrojaré ese riesgo al alto horno de la oración o, mejor aún, procuraré que la comunión de pensamientos y sentimientos, aquí perseguida, sea una forma hermosa de orar con quienes deseen compartirla. Acepto el compromiso de escribir en este medio con el único propósito de dar lo mejor de mí mismo, conforme a los eslóganes que me guían: el del Rotary Club “dar de sí antes de pensar en sí”, tan evangélico, y el de los dominicos “contemplata aliis tradere” (“entregar a los demás el fruto de lo contemplado”), tan misional.
Con los años, en mi interior han sedimentado ideas y aflorado sentimientos en pro de la necesaria humanización del hombre, una meta exigente para el cristianismo. Desde esa atalaya, cuyo acceso requiere la escalada de una “relectura audaz” del mensaje evangélico, trataré de compartir mis convicciones y vivencias con quienes se atrevan a encarar tamaño desafío. El rigor y la seriedad del propósito no me permitirán jugar con ideas y sentimientos corrosivos, pues me parece que solo merece la pena escribir sobre el cristianismo para realzar su gran contribución a la humanidad y subrayar su condición de transmisor de redención, de alegría y esperanza.
A punto de alcanzar los ochenta, escribo obviamente en la última etapa de mi vida, a la que por ello no le quedan más coordenadas que la sencillez, la sabiduría y la bondad.