¿DE DÓNDE PROCEDEN TODOS NUESTROS MALES?
Eloy RoyHe aquí un texto famoso, que cualquier cristiano aunque fuere poco esclarecido podría firmar muy bien hoy. ¿Quién puede ser el autor de este texto? Echémosle un vistazo y tratemos de adivinar.
"Observemos cuál es el estado de las cosas en el presente: guerras entre Estados, rivalidades entre familias, agresiones entre los individuos, falta de lealtad y de sensibilidad entre los gobernantes, falta de atención de los padres para con sus hijos y falta de respeto de los hijos hacia sus padres: finalmente, falta de armonía y de paz entre hermanos y hermanas. He aquí los males de nuestro mundo.
¿De donde proceden esos males? ¿No provendrán de la falta de amor mutuo? Y sí, es ciertamente de la falta de amor mutuo de donde proceden.
Los grandes propietarios solo piensan en sus intereses y nunca en los de los demás y por lo tanto no tienen ningún escrúpulo en atacar a sus vecinos. Todos han aprendido a amar solamente a su propia familia y no a las demás familias y por lo tanto no dudan en apoderarse de los bienes de los demás. Los individuos han aprendido solamente a amarse a sí mismos y no a amar a los demás, y por lo tanto hacen mal a los otros sin ningún remordimiento.
Porque los poderosos no saben amarse entre sí, se hacen la guerra. Porque las grandes familias no se aman, luchan entre ellas para dominar, Porque los individuos no se aman, se agreden...
Cuando en el mundo nadie se quiere, los fuertes aplastan a los débiles. Los más numerosos oprimen a los que lo son menos. Los ricos se burlan de los pobres. Los de alto rango desprecian a los humildes y los más astutos abusan de los simples.. De modo que la falta de amor mutuo es la causa de todas las calamidades, las injusticias, los odios, los desórdenes del mundo. En consecuencia, el único remedio para todos esos males no puede ser otra cosa que el amor universal y la búsqueda del bien recíproco.
¿Cual es el camino del amor universal y del bien recíproco? Es considerar a los demás países como al propio país, a la familia de los demás como a la propia y a los demás individuos como a sí mismo... Cuando en el mundo entero se amen unos a otros no habrá más calamidades...
Pero se dirá: sí, el amor universal es algo muy bueno, pero no está a nuestro alcance y es muy difícil de poner en práctica... ¿Es que sitiar una ciudad, hacer la guerra, sacrificar la propia vida para hacerse un nombre, no son acaso todas también cosas muy difíciles?
Ahora bien, es necesario que el gobierno ame estas cosas para que el pueblo también las ame y las ponga en práctica. Pero si en lugar de eso se practicara el amor universal, ¿no sacarían acaso todos enormes beneficios?...Y ¿entonces cual es la dificultad? La única dificultad reside en que los gobernantes no adoptan como norma el amor universal; nada asombroso entonces que la gente común no lo adopte como regla de conducta."
Bien ¿quién puede ser el autor de este texto y en qué época habrá vivido?
Si el texto precedente, titulado "Los males de este mundo y su remedio" llevara la firma de un buen Papa como Juan XXIII, nadie se sorprendería. Pero el autor de ese texto no ha sido ni un Papa, ni un Padre de la Iglesia, sino un buen "pagano" que vio la luz por lo menos cuatro siglos antes del nacimiento del cristianismo. Se trata de Mo Zi (o Mo Tseu), un sabio chino que fue líder de un gran movimiento llamado "moísmo".
¡Imagínense, mucho antes de la venida de Jesús, Mo Zi un valiente "pagano" de la China antigua, creía con toda su alma en el amor universal!
Pregonaba lo que hoy llamamos justicia social, la consideraba como querida directamente por el cielo (la palabra Cielo en China designa a Dios, a la Divinidad o a los dioses). Se oponía al espíritu de clan y denunciaba a las clases sociales. Combatía la guerra en todas sus formas, rechazaba el odio y ni siquiera admitía que uno se enojara.
Durante más de doscientos años, el moísmo consiguió abrirse camino entre las corrientes chinas de pensamiento, pero luego encontró entre los confucionistas salvajes adversarios. Los confucionistas pese a ser profundamente humanistas tenían una visión diametralmente opuesta a la de Mo Zi.
Según ellos, el Cielo quería por sobre todas las cosas una sociedad ordenada, cuidadosamente estructurada y fuertemente jerarquizada, cuyo gran principio unificador sería la obediencia absoluta (xiao) al padre de familia y al emperador.
Para ellos, los moístas, adeptos al amor universal y a la igualdad entre los humanos, no eran más que subversivos, heréticos y ateos. Los confucionistas se impusieron en consecuencia el deber de combatirlos hasta hacerlos desaparecer totalmente de la faz de la tierra. Lo que realmente consiguieron luego de dos siglos de encarnizada persecución.
El recuerdo del drama de Mo Zi y de sus discípulos me obliga a hacer un salto de dos milenios y me transporta a la Argentina en la que viví entre 1977 y 1992. En esa época centenares de mujeres y de hombres de América latina creían que el amor universal proclamado por Jesús debía salir a las calles y traducirse en una fuerza de radical transformación de las mentes y de las estructuras de la Iglesia y de la sociedad.
Ese enorme y heroico movimiento de liberación insufló en la iglesia una enorme esperanza y en especial en los países del Tercer Mundo; por el contrario, fue salvajemente combatido como si se tratase de una terrible subversión por quienes querían mantener el "orden" tanto en la Iglesia como en la sociedad en general.
Esos buenos "confucionistas" de nuestro tiempo triunfaron en toda la línea. Eran y siguen siendo los ardientes apóstoles del nuevo orden mundial que el neoliberalismo intenta implantar sobreexplotando los recursos del planeta y acogotando cada vez con más fuerza a una cantidad de pueblos que ya tienen bastantes dificultades para respirar.
Creo que fueron fuerzas similares las que asesinaron a Jesús de Nazareth y castraron su gran movimiento de liberación de los seres humanos. Han sido esas mismas fuerzas las que han vaciado nuestra Iglesia de su mejor fermento y lo han reducido a menudo, sobre todo en los países ricos, a no ser más que una especie de gran salón funerario.
El drama de Mo Zi no ha terminado... Se comprenderá un día que el amor universal, la justicia y la libertad no son enemigos del orden sino precisamente lo contrario.
Eloy Roy