¿QUÉ ESPERAS DE DIOS?
José Enrique GalarretaMc 07, 31-37
Presenta a Jesús en la región de Fenicia, junto a Sidón, al norte, camino del Mar de Galilea (aunque el itinerario que marca el texto no parece muy acorde con la geografía del país). Cura a un sordomudo, intentando que la curación quede en secreto, a pesar de lo cual todo se divulga provocando el asombro general.
Curiosamente, éste es uno de los pocos milagros (3 en total) narrados por Marcos y no recogidos por Mateo. Se repiten en el relato varias actitudes características de Jesús ante los enfermos: se detiene, se lo lleva aparte, le toca, le cura. Y le manda que lo mantenga en secreto. Es frecuente en el evangelio de Marcos lo que se llama "el secreto mesiánico". Jesús pretende que sus milagros no se divulguen. Se ha interpretado - en el contexto general de Marcos - como un intento de Jesús de evitar la popularidad fácil, el mesianismo político, el entusiasmo exterior de las gentes. Jesús no es el Mesías milagrero que da de comer a multitudes y sana toda enfermedad, no es una panacea para el bienestar físico del pueblo, ni un candidato al poder político. Jesús oculta sus acciones y cada vez más dirige sus actos y sus palabras hacia el grupo reducido que va a entender la esencia del mensaje.
Sin embargo, el comentario de la gente es significativo: todo el mundo está admirado de las obras de Jesús: nadie ha hecho milagros como este hombre. La reacción de la gente va a ser de entusiasmo hasta querer hacerlo rey (Juan 6,15). Cuando Jesús rechace este tipo de Mesianismo, cuando la gente se dé cuenta de que Jesús no propone este tipo de triunfo sino el triunfo sobre el pecado, la conversión, la popularidad de Jesús disminuirá. Se ha llamado a esto "la crisis galilea", reflejada en Juan 6 a propósito del "sermón del pan de vida", que hemos leído durante los domingos anteriores.
R E F L E X I Ó N
El evangelio de hoy y el texto de Isaías nos llevan a reflexionar sobre la esencia del mensaje de Jesús, de la Palabra de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento, y de nuestra propia religiosidad. La pregunta última es: "¿qué esperas de Dios?". Y la respuesta es, quizá: "que me libre del mal". O, mejor aún, "que me ayude a conseguir felicidad". La felicidad del ciego es ver; la felicidad del sordomudo es oír y hablar. Eso es lo que esperan de Jesús. Eso es lo que Jesús les da, y sacan la conclusión de que ésa es la misión del Mesías: que nos proporcione la felicidad tal como nosotros la entendemos. Pero es exactamente eso lo que rehuye Jesús, ése es el mesianismo que rechaza.
Lo esencial del tema del secreto mesiánico está en lo que puede parecer sólo un hábil juego de palabras. Los judíos, al ver los milagros de Jesús, están dispuestos a aceptar que Jesús es el Mesías, el que ellos esperaban, la solución de todos los problemas, de la enfermedad, del hambre, de la injusticia, de la opresión romana... de todo. Pero Jesús les invita a otra aceptación: tienen que aceptar que el Mesías es Jesús, y no va a ser lo que ellos esperaban, sino otra cosa muy distinta. En esta misma línea se inscriben las predicciones de la pasión, el rechazo que de ellas hacen los discípulos, la recriminación de Pedro a Jesús y la violenta respuesta de Jesús a Pedro. Finalmente, el rechazo oficial de fariseos, doctores y sacerdotes constituirá la negativa completa del Israel a aceptar ese Mesías.
Como casi siempre, las situaciones históricas reflejadas en los evangelios adquieren carácter simbólico, representativo de los dramas religiosos de nuestra propia conciencia y de la vida de la iglesia. El problema de aquellos judíos respecto a Jesús es también nuestro problema, y uno de nuestros problemas más íntimos. Aceptar a Dios como es, como se manifiesta, no como a mí me gustaría que fuera.
En los milagros, el objetivo de Jesús no es primariamente la salud del enfermo, sino la manifestación de que "Dios está aquí", en Jesús, y de que es "EL MÉDICO", no el juez. Y la presencia de Dios en Jesús no consiste en hacer de esta vida un paraíso, sino en hacer que esta vida sirva de camino al Paraíso. Esta vida no es un Paraíso. Aquí está el mal, presente como dolor, pobreza, muerte, injusticia, falta de libertad ... pecado. Y eso no lo arregla Dios con milagros. Lo experimentamos todos los días. El Pueblo de Israel descubrió esta dificultad y la expresó con tremenda fuerza en el Libro de Job, el justo agobiado de desgracias, situación incomprensible para la fe primitiva.
Así, el MILAGRO DE LOS MILAGROS consiste precisamente en creer en Dios a pesar del mal. Nuestra razón exige que si Dios existe no exista el mal. Jesús manifiesta que Dios es nuestra fuerza contra el mal... y que nos necesita para liberar del mal a los demás. Éste es el núcleo básico de la fe cristiana: el conocimiento de Dios, de que Dios es eso, no lo que nuestra razón se imagina. Este es el trasfondo último de los tres mandamientos del primitivo Decálogo:
NO TENDRÁS OTRO DIOS DELANTE DE MÍ
NO TE HARÁS IMÁGENES DE DIOS
NO USARÁS EN VANO EL NOMBRE DE DIOS
que vienen a significar lo mismo: no te imagines a Dios ni lo uses para lo que crees que te conviene: escucha la Palabra y descubre cómo se manifiesta Dios. Y Dios se manifiesta en Jesús, "el que todo lo hizo bien, el que pasó haciendo el bien, curando, enseñando...". La fe consiste en aceptar ese Dios. Su consecuencia para nuestra vida es también evidente: nuestra fe en Dios no sirve para hacer más confortable nuestra vida (que es lo que pedimos en nuestras oraciones) sino para comprometernos en hacer nuestra vida útil; eso es "salvar la vida". Solemos pedir a Dios que nos libre del dolor, de la pobreza ... y Dios nos enseña a usar el dolor, la pobreza... y, lo que es más difícil, a usar el placer y la riqueza, que también amenazan - quizá más - nuestra libertad.
PARA NUESTRA ORACIÓN
Nuestra búsqueda de felicidad, nuestras peticiones a Dios para que nos ayude a conseguirla, nos conducen a preguntarnos qué concepto de felicidad tenía el mismo Jesús. Y lo sabemos, tenemos su "código de felicidad".
"Bienaventurados", o "dichosos, felices"... un "código de felicidad según Jesús". No un código moral, no unos preceptos a cumplir, sino una exclamación de Jesús traducible por "¡cuánto más dichosos serías si fuerais más pobres, si aprendierais a sufrir, si fuerais limpios de corazón, si supierais perdonar...!"
Debemos compararlo con nuestros criterios de felicidad, y darnos cuenta de que nuestro corazón está escasamente convertido, de que seguimos sirviendo a dos señores. El señor principal es nuestro modo de pensar sobre la vida y la felicidad, nuestra búsqueda de bienestar aquí, nuestra manera de entender a Dios como remedio de mis males de aquí y proporcionador de éxitos que deseo.... El otro señor es Jesús, la Palabra; pero le servimos en cuanto sea compatible con el primero.
Un sangrante ejemplo es nuestro tipo de sociedad: nosotros somos ricos, gastamos, deterioramos el planeta, producimos la miseria del resto del mundo. Conmovidos por la miseria de los demás y movidos por la palabra de Jesús, ayudamos un poco, con lo que nos sobra, a otros seres humanos. Pero nunca ponemos en cuestión nuestro tipo de sociedad, nuestro tipo de explotación del mundo, nuestro tipo de consumo. ¿A quién servimos primero?
Pero hoy y ahora hay otra consideración más urgente: ¿qué hacemos nosotros la Iglesia ante el mal del mundo? Hoy nuestra sociedad está atacada por una crisis económica que produce pobreza y angustia en muchísimos. Pero esta crisis tiene causas y causantes. Y nosotros la Iglesia callamos, incluidos, quizá más que nadie, las autoridades de la Iglesia: nuestra respuesta es silencio y petachos, pero no es denuncia. En consecuencia, si antes muchas personas se apartaban de la Iglesia (aunque creyeran en Jesús) hoy estamos dando a todos una oportunidad de creer cada vez menos.
Y esto también tiene causa y causantes. La causa es la alianza oculta de la Iglesia con el sistema capitalista desbocado, la íntima relación de las finanzas de la Iglesia con los que manejan el dinero, el capital y los modos económicos. No se atreven a levantar la voz, porque se quedarán sin apoyos económicos. "La Iglesia de los pobres", "la opción preferencial por los pobres" no son más qe palabras bonitas. A nuestra Iglesia le sirven los pobres para poder hacer limosnas y ganar méritos ante Dios y ante cierto público aparentemente religioso. La Iglesia no se atreve a tomar en serio el evangelio y ppr tanto es inútil. No pocos atribuyen el descenso del número de cristianos, la disminución de vocaciones etc etc nada menos que al Concilio Vaticano II. Pero es al revés, la causa es que no nos interesa atender al Concilio, ni seguir de veras el evangelio. Y por ese camino, la Iglesia no sirve ara nada. Es verdad que hay pequeños grupos y movimientos marginales que se lo toman en serio y procuran seguir a Jesús; por eso son perseguidos, desprestigiados, degradados, marginados. Buena señal, estamos repitiendo la vida de Jesús, rechazado y asesinado sobre todo por el Templo, al que convenía muchísimo el status quo reinante y progresaba con él, en esplendor, en cultos fastuosos, en recaudaciones abundantes y en connivencia culpable con los opresores sin la menor preocupación por la miseria y la presión de su pueblo. La historia se repite: ellos mataron a Jesús, nosotros también.
Pero no lo consiguieron ni lo conseguiremos. Jesús está vivo y Dios estaba y está con él, no con los que lo mataron e intentan matarlo hoy.
Relean, por favor, la carta de Santiago: está dirigida a nosotros, la Iglesia de hoy.
S A L M O 16
Guárdame, Señor, que me refugio en Ti.
Decid al Señor: "Tú eres mi Dios,
Tu eres mi Bien y no deseo otro"
Todo el mundo corre tras los ídolos
pero mi herencia eres Tú, Señor.
Eres Tú quien garantiza mi suerte
Eres Tú mi herencia y mi riqueza.
Bendigo al Señor, mi consejero
y lo tengo presente sin descanso.
El Señor a mi diestra. El es mi guía.
Así encuentra mi espíritu la paz
mi corazón reposa seguro
porque Tú no abandonas mi vida.
Tú me enseñas el camino de la vida
y encuentro ante tu rostro
la plenitud de vida y de alegría.
José Enrique Galarreta