Buscador Avanzado

Autor

Tema

Libro de la biblia

* Cita biblica

Idioma

Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

NACIMIENTOS

Rate this item
(11 votes)

Yo traje hojas de roble americano e Itziar puso el Nacimiento navideño con su exquisito gusto. Una aurora boreal en rojo, verde y amarillo, la luz de las hojas. El niño Jesús en brazos de su padre, mejilla con mejilla, y María dulcemente reclinada sobre el hombro de José. La vida como un río de belleza y de bondad, de plena armonía, de paz profunda. Como esta mañana de Aizarna, donde los corderos brincan y corren, y se tumban plácidamente junto a sus madres. Un universo feliz.

¿Un universo feliz? ¿Por qué entonces tanto dolor y llanto? Antes de fin de año, esos corderos que juegan serán degollados. En la frontera de Méjico, separan de sus padres a los niños, de su esposo a la esposa. Raquel llora desconsolada por sus hijos palestinos. Muchos Herodes, en su codicia insaciable, o en su miedo cerval, masacran la Tierra y a sus pobres gentes, la infancia inocente, la juventud sin futuro.

¿Cómo extrañarse de que los jóvenes, en nuestros países, se lo piensen dos veces antes de tener un hijo, una hija? En 2018, en el País Vasco nacieron 1,31 hijos por mujer (en España 1,26), muy lejos del 2,1 necesario para reemplazar a los que mueren y mantener el nivel de población. La media mundial ha descendido del 4,7 hijos por mujer de 1950 al 2,4 de 2017. Toda Europa está por debajo de 2 (incluida la “cristiana” Polonia), al igual que China y los países más ricos de América, Asia y Oceanía. Por el contrario, el índice está por encima en toda África, desde el 2 por mujer de Marruecos hasta el 5 de Nigeria o el 6 de Angola y… Somalia. ¿Qué nos pasa en el mundo? ¿Será que la vida está dejando de ser una gracia precisamente allí donde su llamado desarrollo económico es más alto?

El papa Francisco expuso su diagnóstico particular en la homilía del primer domingo de este Adviento de 2019: “Este es el drama de hoy: las casas se llenan de cosas pero se vacían de hijos, el invierno demográfico que estamos sufriendo. El tiempo se desperdicia en pasatiempos, pero no hay tiempo para Dios y para los demás”.

Me parece un diagnóstico injusto, y apuntaré dos argumentos. Primero: la demografía global sigue siendo un problema grave para el equilibrio de la vida en el planeta; los humanos somos demasiados; hemos de dar la vuelta a aquello del Génesis bíblico “creced y multiplicaos”; hemos de decrecer. Segundo: si desciende la natalidad en “el mundo rico”, no es porque las casas se estén llenando de cosas, ni tampoco a que haya disminuido la fe en Dios o en la Vida, sino a que la mayoría de las familias se están empobreciendo por la avidez insaciable de unos pocos, y tienen miedo del futuro de sus hijos y del planeta.  ¿Cómo queremos que las parejas tengan dos o más hijos, cuando no pueden conciliar el trabajo y la familia, ni pagarse una casa, ni mantener dos hijos, porque los precios suben y los salarios bajan? Comprendo a quienes dudan si traer o no hijos a esta Tierra maltratada.

Pero celebro el nacimiento de la vida hace 4.000 millones en algún océano primitivo de este fascinante planeta. La vida, un poderoso milagro seguramente repetido en innumerables otros planetas. Celebro la Gracia de la Vida encarnada en cada átomo, en cada hoja, en cada viviente que goza, en cada ser humano bueno y feliz. Celebro la comunión de todos los seres, nacidos de aquel campo de energía que dio lugar al Big Bang, no sabemos por qué. Pero sabemos que todo lo que es nace sin cesar y vive en el Todo, y que todos los seres estamos tejidos del hidrógeno primordial que llenaba este universo visible instantes después del Big Bang hace unos 14.000 millones de años.

Indigno cristiano, celebro el nacimiento de Jesús, hijo de María y de José junto con sus seis hermanas y hermanos. Lo celebro no porque fuera la única y plena encarnación del Infinito en un universo sin fin de billones de galaxias formadas de cientos de miles de millones de estrellas rodeadas de planetas, o en un multiverso de mundos infinitos fuera de nuestro tiempo y espacio. Lo celebro por su vida libre y dada, testigo de la bienaventuranza y del poder de la bondad, la auténtica encarnación.

Acabo de escuchar a cuatro jóvenes adultos del África negra cantar maravillosamente a voces el villancico Haurtxo txikia (“Un Niño pequeño”), en torno a una mesa de cocina ante la mirada natural, bondadosa, del matrimonio que los acoge. He ahí la humanidad, la encarnación humana del Misterio divino que anima el universo. Un coro de ángeles innumerables sigue cantando a las afueras de todos los Belenes: “Os ha nacido un Niño, está naciendo el Liberador. Ayudadlo a nacer y cuidadlo. No temáis. Renaced”.

 

José Arregi

(Publicado el 22 de diciembre de 2019 en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS)

Read 2171 times
Login to post comments