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¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

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(Mc 8,27-35)

El Evangelio de este domingo nos plantea tres claves que desde una lectura existencial pueden resultar especialmente sugerentes:

- La primera clave es la pedagogía de Jesús. Jesús utiliza la pedagogía de las preguntas. Preguntas además que acontecen estando de camino (v 27), de lo cual se puede sacar en consecuencia que captar y acoger las preguntas del Evangelio requiere una disposición vital, una apertura al dinamismo de la vida, que es siempre lo opuesto a la inercia y a la instalación, porque éstas terminan por embotar la sensibilidad. En el Evangelio, más que respuestas dogmáticas, lo que encontramos son preguntas, preguntas orientadas al diálogo y la lucidez sobre alguna situación que se pretende enfrentar. Preguntas que cuestionan la imposición de la verdad y que van a lo fundamental. Jesús no busca nunca el monólogo autorreferencial, sino el diálogo que surge a partir de preguntas desinstaladoras, porque la verdad es siempre conversacional, es dialogal. Así sucede también en este texto.

-La segunda clave provocadora es que la fe en Jesús no es doctrina, sino que remite siempre a la experiencia y ésta y pide ser narrada. Pero narrar el relato de sentido y Buena Noticia que es el Evangelio exige el cuidado de los lenguajes. Confesar a Cristo es mucho más que rezar el credo, es comulgar con su vida y su proyecto y hacerlo inteligible en las culturas con hechos y palabras. Los mismos títulos cristológicos han de ser recreados desde la experiencia de las comunidades y sus contextos. Por eso la inculturación y el dialogo intercultural se convierten en una ineludible exigencia del creyente. Decir quién es Cristo hoy y hacerlo de manera universal es hacerlo desde la asunción de la gran riqueza y desafío que es la diversidad, superando la tendencia de la asimilación, la homogeneización y del anacronismo en que frecuentemente han caído los lenguajes, ritos y símbolos religiosos. Necesitamos profundidad de experiencia y creatividad pastoral para ello.

-La tercera clave es la impertinencia del Evangelio. Es decir, su radical incomodidad, el descentramiento y éxodo permanente al que nos invita a vivir, su paradoja: El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará (v 35). Jesús es una memoria peligrosa y contracultural en el corazón de la historia y su espíritu nos mueve a no domesticarla ni acomodarla.

En el contexto de un mundo pandémico, la violencia en las fronteras y el clamor por la vida de quienes intentan atravesarlas, desde el grito de las mujeres y las niñas exigiendo una vida liberada de la pobreza y la violencia patriarcal, Jesús nos pregunta también hoy a nosotros y nosotras: ¿quién decís que soy yo? ¿Qué contenido le damos a esa experiencia y desde qué lenguajes, gestos y acciones hacemos de ella un relato de sentido y solidaridad compartida con los y las más vulneradas?

¿Quién decís vosotros y vosotras que soy yo?, el modo de responder a esta pregunta implica una forma de situarnos en la vida y ante los demás al modo de Jesús. El mesianismo de Jesús es un mesianismo descalzo. No es triunfalista, sino compasivo y kenótico y conlleva una dimensión conflictiva. A sus discípulos les cuesta entenderlo como nosotros y nosotras nos resistimos también a ello. Para Jesús, negar esta dimensión, como hace Pedro, es edulcorar el seguimiento y tentar a Dios. Esta es quizá una de las principales paradojas del Evangelio, que es a la vez Bienaventuranza, Buena Noticia y signo de contradicción.

 

Pepa Torres Pérez

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