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ALARMA EN LOS MONOTEÍSMOS

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En estos dos últimos milenios las religiones monoteístas –judaísmo, cristianismo e islamismo- han estado batiéndose en todos los fregaos bélicos de un mundo retóricamente definido por los poderosos como civilizado, que ha culminado en un dramático siglo XX, reconocido hoy por los grandes pensadores como "el más inhumano de la historia".

Uno de los más sobresalientes, Jacques Derrida, describía ya en la década de los 90 este insostenible drama –particularmente explosivo en la actualidad- en un texto famoso: "La guerra por la 'apropiación de Jerusalén' es hoy la guerra mundial. Tiene lugar en todas partes, es el mundo, es hoy la figura singular de su ser desquiciado".

Necesitamos una Atlántida Emergente, un continente nuevo que albergue los tres archipiélagos monoteístas –y todos los demás- en la configuración de un mismo Dios, una misma creencia y una misma ética universal. La manera de entender todo esto y de expresarlo en ritos y ceremonias es tema secundario y deberá respetarse en la idiosincrasia propia de cada cultura.

En una frase clave de su doctrina, aplicable ¿cómo no? también a la teología, Derrida señala que "la filosofía debe estar siempre expuesta al riesgo de ser abandonada, de demarrar de sí misma". Para conseguirlo, propone un término –un modus operandi, más bien- que convenientemente entendido nos puede dar paso a esa vía franca, tan necesaria hoy hacia el futuro: "deconstruir".

"Deconstruir, aclara, no es destruir ni abandonar. No es tampoco deshacer. Es dar facilidades, volver a abrir perspectivas de movimiento en pensamientos osificados o paralizados". Esta es una cuestión siempre presente en el credo de Derrida, y que a todos nosotros nos apremia: el hecho de la apertura, de lo posible no conocido, del porvenir en reserva.

Las estructuras básicas de las Iglesias del Libro se mantienen firmes en unas raíces que nacieron con vocación estática de eternidad. Su fe de vida, una mítica Palabra de Dios salvaguardada por equívocas credenciales; pues la vida solo persiste cuando su ADN porta el gen secular de la adaptación a cualquier medio y circunstancia.

La ausencia de evolución -proceso interno- presupone en toda Institución que aspira a sobrevivir, una revolución –proceso externo- generalmente más doloroso que el primero. En nuestro caso, el futuro de los monoteísmos dependerá de su capacidad para sufrir una intervención quirúrgica a corto plazo que les dispense del infarto de sus tóxicas creencias.

Pero todos estos procesos tienen lugar en las Instituciones cuando previamente han acaecido en las personas. Lo lamentable es que, tratándose de las religiones, éstas han sentado los principios básicos dogmáticos para que el cambio requerido por las leyes de la evolución –pecado de lesa natura- no suceda.

Aunque no han faltado testimonios verbales de buena voluntad que avalan lo contrario. Por ejemplo el de la Carta de Benedicto XVI sobre la Urgencia de la Educación (21 de enero de 2008):

"...Porque la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones. Ni siquiera los valores más grandes del pasado pueden heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa". A lo que con Don Quijote cabría exclamar: ¡Cosas veredes, amigo Sancho!

En la visión budista de una ética y una espiritualidad universal es bastante diferente. El zen, por ejemplo, es una doctrina ausente de escrituras que, partiendo de la propia naturaleza del ser humano, pretende descubrir su esencia y lograr así la iluminación.

"El Budda respondió: No seas ansioso por creer en algo, incluso si todos lo repiten, o si está escrito en los textos sagrados, o incluso declarado por un maestro reverenciado por el pueblo. Acepta sólo lo que concuerda con tu opinión, lo que los sabios y virtuosos comparten, lo que realmente conlleva recompensa y felicidad" (Thich Nhat Hanh, Vida de Siddhartha el Buddha)

Para escalar la cima de este Everest espiritual desafiado por todos los monoteísmos, es preciso concienciarse antes de la necesidad de una evangelización sumamente respetuosa con el hombre. Respeto que presupone, en primera y última instancia, el derecho a pensar y actuar siguiendo los dictados de un Dios interiormente encarnado y no de dioses asentados en Cátedras y Dicasterios.

"Los hombres que no piensan son como sonámbulos" escribió Hannah Arent, otra de las figuras filosóficas con visión mística de nuestra Sociedad. Una sociedad robotizada que en aspectos básicos de la Fe han propiciado las religiones, prohibiendo pensar con criterio propio acerca de los mismos. ¡Qué magnífica aquella viñeta de Forges en uno de cuyos bocadillos se leía: Pienso, luego estorbo

El resultado lo ha reflejado la literatura fabulística con encendido humor:

Dijo la Zorra al Busto,
después de olerlo:
"Tu cabeza es hermosa.
Pero sin seso".
Como éste hay muchos,
Que aunque parecen hombres,
sólo son bustos". (Samaniego)

El remedio, suscitar en todo ser humano la toma de conciencia de que, en el interior de esa envoltura doctrinal retórica, duerme una Sabiduría salvadora oculta que cada uno personalmente debe ser capaz de despertar.

 

POEMA DEL SUFÍ KABIR (1440-1518)


¿Dónde me buscas, oh, servidor mío?

¡Mírame! Estoy junto a ti.

No me hallarás ni en el templo ni en la mezquita,

ni en la Kaaba ni en Kailasa;

tampoco en los ritos ni en las ceremonias,

ni en el ascetismo ni en sus renuncias.

Si en verdad me buscas, me verás enseguida,

y llegará el momento en que me encuentres.

"Oh, sadhu, Dios es el aliento de todo lo que respira."

 

Vicente Martínez

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