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JAVIER GARRIDO: ¿EN NOMBRE DE DIOS?

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Hace unos días se hizo pública la sentencia firme del tribunal eclesiástico llamado de la Rota que condena duramente al franciscano navarro Javier Garrido, maestro y acompañante espiritual de gran autoridad, autor de números libros sobre espiritualidad y cristianismo y una de las figuras más reconocidas de la Orden Franciscana, por “abusos de poder y abusos sexuales” (“agresiones” debiera haber dicho el tribunal) contra dos religiosas.

Pienso primero en las dos religiosas sexualmente agredidas en el marco del acompañamiento espiritual. Su calvario ha sido largo y atroz. Fueron sometidas, humilladas en su libertad, su dignidad, su cuerpo. Durante años. Y ello por parte de su maestro, su padre, su director espiritual, aquel en quien ellas habían depositado su más plena confianza, aquel que poseía y ejercía sobre ellas absoluta autoridad. Hace ya muchos años lo hicieron saber a todos los que debían saberlo. Y lo supieron, pero nadie las tomó en real consideración. Fueron presionadas dentro y fuera para que guardaran silencio y protegieran a su agresor. Nadie las creyó. No eran al fin y al cabo sino “débiles monjas”. Fueron desdeñadas con argumentos “espirituales” que encubrían arraigados prejuicios e intereses inhumanos. Hoy las felicito por la lucidez humana, la fuerza interior, la determinación espiritual que las llevó a presentar la denuncia y a aguantar estos durísimos años de proceso judicial entorpecido al máximo. Eso es libertad, hermanas. Jesús os bendice.

Pienso igualmente en la tercera víctima que hace solo unos meses también ha presentado su denuncia. Aún le queda calvario. Ánimo, hermana, hasta el fin. Déjate confortar y llevar por el Espíritu que te habita. Y pienso en tantas otras, no solo religiosas, que han sufrido las mismas agresiones y que, por diversas y poderosas razones, han optado por callar al menos hasta hoy. Seguid vuestro camino sin traicionaros ni violentaros.

Pienso en Javier Garrido. También para él debe de ser muy duro. Me vuelven a resonar las palabras de Jesús, de profunda humanidad, que encontramos en todas las grandes tradiciones sapienciales, filosóficas y religiosas: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten” (Evangelio de Lucas 6,27). Como querríais o como necesitaríais ser tratados si os hallarais en su lugar. Quiero ponerme en el lugar de Javier, no para justificarlo, por supuesto, pero tampoco para condenarlo, sino para desear su liberación y sanación profunda, para, condenando su conducta, salvarlo a él. Y el reconocimiento del daño y de los factores que le han llevado a infligirlo es un paso indispensable, el primero. Me alivia que la verdad de los hechos haya sido pública y judicialmente reconocida, aunque haya sido tarde y en un tribunal eclesiástico. Era condición necesaria para la sanación de las víctimas en su tormento. Era también una condición necesaria para la liberación de Javier Garrido, atrapado en la red de su propia psicología, de la institución religiosa y del sistema teológico construido. Nadie hace daño consciente y voluntariamente, sino por falta de consciencia profunda y de verdadera voluntad, por falta de libertad. Necesitamos ser liberados de nosotros mismos. Y la verdad judicial, siendo irrenunciable, no es suficiente. Es necesaria esa otra verdad humana integral que nos permite reconocer el daño causado y los montajes ideológicos con los que nos justificamos. La luz nos hace libres.

Me atrevo a afirmar que el factor decisivo que explica, aunque en nada justifica, la conducta de Garrido es su idea de dios, su constructo teológico. Un dios de cuya muerte eterna tomó acta el lúcido “loco” de la Gaya Ciencia de Nietzsche. Un dios omnisciente, omnipotente y arbitrario. Un dios padre, no madre. Un dios “alguien”, sujeto distinto del cosmos y del ser humano. Un dios que elige a un pueblo (Israel) o una persona para que sea exclusivamente suya (siendo célibe, por ejemplo). Un dios que se revela u oculta a quien quiere. Un dios que puede imponer la peor desgracia a un pobre ser humano como castigo o como prueba pedagógica. Un dios que puede incluso arrastrar a alguien a “cometer un pecado mortal” para que confiese su culpa y reconozca su necesidad de misericordia y perdón divino. Un dios que exige absoluta sumisión. Un dios que puede instituir a alguien, un hombre sobre todo, como representante suyo incontestable, de modo que, pongo por caso, una dirigida espiritual pueda llegar a la convicción, por atormentada que fuera, de que toda decisión o propuesta de su director es una orden divina, aunque fuera una relación sexual con él como ejercicio iniciático para llegar a experimentar el amor divino. En nombre de dios.

No en nombre de Dios, Presencia universal, Aliento creador, Respiro liberador.

 

José Arregi

Aizarna, 28 de noviembre de 2023

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