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AMAR PORQUE DIOS NOS AMA

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Jn 15, 9-17

Es como la consecuencia lógica de lo que hemos leído en la carta de Juan. El amor de Dios se muestra en Jesús, el Hijo. El amor del Hijo se muestra en nosotros, los hijos. Llamados por él, superada la condición de siervos, de esclavos y de simples asalariados, hemos recibido la Buena Noticia: sois hijos, seguros del amor del Padre, empeñados en la tarea del Padre, solidarios como hermanos. Estamos, sin duda, en el corazón de la Buena Noticia. Repasemos las frases fundamentales.

· Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros.

· Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.

· Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

· Vosotros sois mis amigos.... No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

· No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.

La próxima festividad que celebraremos (el jueves o el domingo) será la Ascensión del Señor. Y parece como si la iglesia quisiera, en este último domingo de Pascua, presentar "el testamento de Jesús". Para ello se propone una lectura del evangelio de Juan tomada de la despedida de Jesús, el largo discurso que Juan pone en labios de Jesús al final de la última cena, poco antes de partir para el huerto de los olivos.

El mismo tema, meditado y repensado por el mismo Juan, se ofrece en la segunda lectura. La primera lectura presenta un momento clave en la historia de la primera comunidad: aquél en que Pedro cae en la cuenta de la absoluta novedad del mensaje de Jesús. En nuestra meditación de estos texto vamos a reflexionar en esta Estupenda Novedad, Buenísima Noticia, a partir del el mensaje de Juan.

El resumen final de Juan: el amor.

Ninguno de los escritos del NT ofrece esa síntesis tan definidamente expresada. El discípulo amado, "el amigo de Jesús" es el que ha captado más profundamente la esencia del mensaje. Y éste es su último resumen. Pero es un resumen rico, matizado, profundo.

La esencia de la revelación es: "Dios es amor". Todo lo demás es consecuencia de esta primera verdad. Esto es objeto de fe, no simplemente de conocimiento. Y exige nuestro asentimiento, porque no se ve, porque supera nuestra razón, y constituye un desafío para la misma. Nuestra razón llega quizá hasta Dios Señor, Creador, Todopoderoso, Juez.

Pero no llega al Dios de Lucas 15 (la viejecita, el pastor, el padre del hijo pródigo...) ni a Dios médico (Mateo 9,12) ni al Dios que arriesga su vida por una prostituta (Juan 8). Y la visión de la vida del hombre con todas sus penalidades, y, sobre todo, la visión de las innumerables desgracias del mundo, hace surgir en nosotros el inmenso enigma del Dios bueno frente al sufrimiento del hombre.

Ante esto se alza Jesús crucificado: "Dios amó tanto al mundo que le entregó su Hijo". "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos". Jesús es por lo tanto, antes que nada, la revelación, la visibilidad del amor de Dios, y éste es un punto clave de nuestra fe. Conocemos a Dios porque hemos visto cómo es, porque hemos visto cómo es Jesús: el que cura todo lo que encuentra, el que se compadece siempre incluso quebrantando la ley, el que busca ante todo a los pecadores porque son los que más le necesitan, el que lleva su entrega hasta la muerte y muerte de cruz.

Mejor aún que las palabras de Jesús, es Jesús mismo, su manera de ser y de portarse lo que nos revela a Dios. No es sólo un mensaje sobre Dios, es que "Dios estaba con Él" y por eso vemos en Él cómo es Dios. Esto es lo que constituye un desafío para nuestra fe: no sabemos conciliar esto con el mal del mundo. Se nos pide que demos a Jesús un voto de confianza. Un día entenderemos. Por ahora, le creemos a Jesús.

El amor es la verdad, porque la esencia de Dios es el amor. No se ha dicho que Dios ama sino que es amor. Por ello, el que ama es como Dios y el que no ama es diferente de Dios y por tanto, equivocado. Se ha revelado la esencia de las cosas, la esencia de lo humano, porque Dios es la última esencia de todo y por ello, la fuerza que mueve el universo ("el amor que mueve el sol y la estrellas", que decía Dante), la fuerza que construye la humanidad, la manera de no equivocarse.

Por esta razón, frente a todos los mandamientos de la ley, que son con seguridad todos buenísimos y necesarios, Jesús proclama que "el suyo" es que nos amemos como Dios ama. Ni más ni menos. Es semejante a aquello de "sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" o "así seréis hijos de vuestro Padre... ". Es decir, nuestra norma fundamental es "Soy Hijo de mi Padre: todo lo que sea indigno de mi Padre no es propio de mí".

Es la moral más exigente que se puede pensar. Y la más limpia, porque, además, no se basa en premios ni castigos. Ya sé que el Juez es mi Padre - Abbá - y que se alegra siempre de recibirme, por más que me haya alejado. Por eso, estoy tranquilo. Pero la conciencia de ser hijo crea en mí la mayor tensión espiritual, la mayor exigencia. Vivir en el amor es lo más exigente.

Al amor tiene dos vertientes. Sentirse amado por Dios y amar como respuesta. La primera es objeto de nuestra fe, confianza en Jesús, experiencia íntima de la vida cristiana, motivo de paz. La segunda es la misión. La presencia del amor de Dios en el mundo somos nosotros que amamos a los hombres y damos la vida por ellos. Porque nos sentimos queridos por Dios.

La palabra amor debe ser analizada hasta lo más profundo. No pocas veces nuestro proceso es el siguiente: primero conocemos a una persona, luego vamos descubriendo sus cualidades, nos cae bien, le cogemos cariño, le queremos. El amor es diferente. No se ama por sus cualidades, se ama antes. Cuando tenemos un buen amigo de toda la vida, un verdadero amigo, no le queremos por sus cualidades.

Puede ser borracho o pendenciero o insolente o... lo que sea. Pero es mi amigo, le quiero. El amor dentro de la familia es también así. El amor es así: no se aman las cualidades, se ama a la persona, y se sufre por sus defectos, y se sigue amando... Así nos quiere Dios: no porque nos portamos bien, sino porque nos quiere: a eso llama el Evangelio "Padre"-"Hijo", a esa relación de mutuo amor. El amor de Dios es como el amor de la madre; quiere a su hijo antes ya de darlo a luz. No necesita conocerlo para quererle.

Vivir en este estado, sentirse querido, sentirse hijo, más en el fondo que todas las cualidades y que todos los pecados, es la Buena Noticia. Y conlleva un modo de vivir con los demás hombres: primero querer, luego conocer. No querer por cómo son sino por lo que son. Y no tanto a nivel de conceptos, de reflexión, sino a nivel de sentimiento, de que me sale de dentro, si mi corazón se ha convertido a la Buena Noticia, si me he sentido, en lo más íntimo, hijo querido.

¿Nos hemos fiado de Jesús?

Demasiadas veces permanece en nuestra religiosidad el concepto de pecador como "culpable" o "miserable". Hasta en la más hermosa de las oraciones que hemos inventado, el Ave María, se ha filtrado un residuo de desconfianza: "ruega por nosotros pecadores" puede entenderse como necesidad de un intermediario bondadoso, la madre, ante un Juez lejano y sólo justo; o como el lamento de un ser abandonado y triste.

Ya es hora de que nos fiemos de Jesús, ya es hora de que la muerte en cruz de Jesús sea tomada en serio: Jesús ama hasta el punto de dar la vida: Jesús crucificado muestra el increíble interés del Padre por nosotros: hasta esa barbaridad es capaz de asumir el Padre por nosotros. El Padre nos aprecia, nos quiere, nos busca, se esfuerza hasta el límite por nosotros.

Y nosotros, sin enterarnos, seguimos despreciándonos como gusanos, impetrando penosamente un perdón ya regalado, interponiendo intermediarios como nos diera miedo acercarnos al que da la vida por nosotros.

Seguimos sin fiarnos de Jesús, sin aceptar a Abbá. Y en consecuencia, no disfrutamos del Reino, de la vida, de ser hijos queridos, de que todo tiene sentido. Ni nos sentimos estimulados a construir el sueño de Jesús, que es el sueño del Padre. Ni acabamos de asumir que religión es responder al constante interés de mi padre por mí, por todos; interesarme por todos como mi padre. Así fue Jesús, el Hijo Predilecto: a eso estamos invitados.

Estamos invitados a una fiesta, a cambiar el agua de la vulgaridad y el cumplimiento por el vino de la fiesta. ¿Cuándo acabaremos de fiarnos de Jesús? ¿Cuándo acabaremos de poner el corazón en fiesta por la Buena Noticia?

 

José Enrique Galarreta

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