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LOS PAPAS, SUCESORES DE PEDRO

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Estamos reproduciendo varios fragmentos tomados de "Teología en serio y en broma", en homenaje a José María Díez Alegría.

Está escrito hace treinta y cinco años, lo que nos permite asombrarnos de la lucidez y el sentido profético de este hombre.

 

Los papas son sucesores de un primer papa que no existió. Esta afirmación, extraordinariamente paradójica, no es un juego de ingenio humorístico, sino muy probablemente una realidad histórica. Esto la carga mucho más de «humor». Es el humor de la realidad y, en último término, el humor de Yahve Dios.

Porque para mí (que creo en Jesús y permanezco consciente y voluntariamente en la iglesia católica romana, sostenido por mi fe en Jesús), no se trata de negar que el papa tenga un ministerio cualificado específico, referido a la universalidad de la iglesia. Ni de negar que les fieles debamos estar abiertos con gran amor y sincero respeto al servicio que ese ministerio pueda aportar a nuestra fe.

Ni de negar que el papa, en razón de su ministerio cualificado, tenga una autoridad pastoral que no se confunde con la de los otros obispos. De esa autoridad debemos hacer caso con aprecio, evitando caer en un talante de insubordinación.

Pero sí se trata de no convertir esas cosas, que sinceramente admitimos los católicos, en mitologías que apoyen un autoritarismo del que Pedro no tuvo el menor vislumbre, y que vengan a quitar a los fieles la libertad para la que Cristo los liberó, como les dice Pablo enérgicamente a los cristianos de Galacia (Gálatas, 5, 1).

Parece históricamente cierto que la dirección pastoral de las iglesias (el «ministerio») fue siempre colegial durante el siglo I. La primera manifestación de episcopado «monárquico» se encuentra en Ignacio de Antioquía, a fines del siglo. Pero en Roma hasta el siglo II no hubo episcopado «monárquico».

Clemente romano, que escribe a los fieles de Corinto, para ayudarles a superar sus disensiones, es con toda probabilidad el secretario de un presbiterado colegial de la iglesia romana, encargado de las relaciones con las demás iglesias.

La carta de Clemente nos revela que, ya entonces, la iglesia de Roma sentía una cierta responsabilidad respecto a las otras iglesias, y que éstas reconocían una relación peculiar con Roma, que había sustituido a la que en tiempo de Pablo mediaba entre las iglesias fundadas por éste y la iglesia madre de Jerusalén.

Pero en Roma, por entonces, no había aún episcopado monárquico. No había por tanto «papa». De aquí que la humorada de que los papas son sucesores de un primer papa que no existió, sea una humorada de la historia y, consiguientemente de Jesús, a quien los creyentes consideramos Señor de la historia.

Que el ministerio de los papas les venga de algún modo de Jesús, y sea una cierta perpetuación de lo que Pedro significó en la primera comunidad, es una cosa.

Que Jesús se haya sentado alguna vez en una asamblea constituyente, para declarar que Pedro ha de tener sucesores monárquicos con derecho de horca y cuchillo celestial, sería otra.

La primera es, para el creyente católico, una verdad teológica importante, de contornos algo imprecisos, y que pertenece al ámbito del misterio de salvación.

La segunda sería mitología barata.

Esta mitología Yahve Dios la ha excluido, al dejar que no haya habido primeros papas, y que los papas sucesivos sean los sucesores de un primer papa que no existió.

Los papas están llamados, a través de la historia, a cumplir un ministerio que tenga analogía con el de Pedro. Y esto es muy bueno para la iglesia.

Pero un ministerio «análogo al de Pedro» es inconcebible como ejercicio de un «poder monárquico absoluto». Porque es enteramente cierto que el pescador de Galilea jamás tuvo conciencia de ser «monarca» absoluto de la iglesia.

Dios sea bendito por ello.

 

José María Díez Alegría

"Teología en serio y en broma"

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