Buscador Avanzado

Autor

Tema

Libro de la biblia

* Cita biblica

Idioma

Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

MI EXPERIENCIA CON EL MAESTRO THICH NHAT HANH

Rate this item
(9 votes)

En el mundo zen se cuenta el relato de un hombre y un caballo. El caballo galopa veloz, dando a entender que el jinete debe estar involucrado en algún asunto importante. Otro hombre con el que se cruza en su camino le grita: "¿Adónde vas?", y el caballero le responde: "¡No sé, pregúntaselo al caballo!" Una historia personal nada extraña: cabalgamos el corcel de la fuerza de la costumbre sin saber adónde vamos y sin poder detener nuestra carrera.

La invitación de mi hija María a acompañarla en un retiro de seis días con uno de los grandes maestros Zen de nuestros tiempos en Roma, me pareció una buena ocasión para poder responder yo de manera más sensata a quienes en lo sucesivo pudieran formularme similar pregunta: ¿Adónde vas?. Aunque quizás la mejor respuesta no sea la de conocer la meta sino la de "saber que estoy yendo" y, sobre todo, saber que estoy siendo. El objetivo del retiro se alineaba en esta intencionalidad.

Practicaremos, rezaba el Programa, la Atención Plena –Mindfulness- en cada actividad: meditando sentados, caminando, hablando, escuchando, comiendo juntos, etc. Práctica que ayuda a vivir unidos en paz, calma y felicidad. También a observarnos a nosotros mismos en profundidad y los problemas más apremiantes de nuestro tiempo. Parecía claro que si somos algo más conscientes de nuestro modo de pensarnos, de pensar nuestro entorno, de sentir y de actuar, podemos cambiar nuestra vida. Y también la del Mundo. Regando las semillas del amor, de la compasión y de la paz interior, creamos la paz entre los que nos rodean y en nuestra Sociedad. Es un camino de transformación profunda que debe comenzar en el corazón de cada uno.

Resultaba de particular interés el hecho de poder compartir todo esto con los otros asistentes al retiro: unas 700 personas, aparte de la treintena de monjes y monjas budistas que colaboraban activamente en los numerosos actos, meticulosamente programados. La transmisión de la energía del grupo era manifiesta, desde el primer momento, en los estrechos y cálidos abrazos presentes en los encuentros.

El lugar elegido –la Fraterna Domus, un Centro de Espiritualidad y Acogida, a 23 kilómetros de la Ciudad Eterna- era particularmente apropiado para facilitar este proceso que en el Zen recibe el nombre de "Camino del Corazón". El paisaje invitaba a integrarse en una Madre Tierra, de la que Thich Nhat Hanh, el octogenario monje budista vietnamita, se confiesa profundamente enamorado, y a la que nuestro San Francesco cantaba con ardor en los campos de Assisi: "Alabado seas mi Señor, por la hermana madre tierra que nos nutre y nos protege, por los frutos, las flores, y las hierbas..."

Era fácil practicar la armonía con nuestro maravilloso Planeta, tan desvalido hoy, tan saqueado y tan necesitado de una amorosa atención hospitalaria en régimen de Urgencias, por lo que a nuestro modo de vivir y de consumir se refiere. La práctica de Tocar la Tierra me llevaba a la toma de conciencia de que somos uno con ella, a repatriarnos a nuestras raíces, a nuestros antepasados, a reconocer que estamos conectados con ellos y con cuantas generaciones de seres nos seguirán en el futuro.

La espiritualidad budista nace y se manifiesta encarnada en la totalidad de la existencia. La estábamos integrando y viviendo en cuanto hacíamos. El secreto consistía en ser capaces de avivar y mantener la capacidad de prestar la Atención Plena a todo ello. Se dice que un budista no solo come, pasea o estudia sino que "sabe" que come, "sabe" que pasea y "sabe" que estudia. Es decir, que cuando come, come; cuando pasea, pasea; cuando estudia, estudia. Esta consciencia del aquí y el ahora es lo que me permitía conectar con lo más primigenio y trascendental de mi mismo y, a través de dicha conexión, con el universo entero.

El silencio relajado y tranquilo durante las veinticuatro horas del día, era el mejor sedimento para que la semilla del evangélico árbol de mostaza fructificara, hundiendo sus raíces en la Tierra y extendiendo sus ramas hasta el Cielo. Una melodía de fondo que invitaba a apreciar el solemne y precioso don de cuanto del mundo exterior e interior me llegaba a los sentidos.

En aquel recóndito lugar de la campagna romana, el tiempo parecía detenido en espera de recepción de llamadas y envío de respuestas de comprensión, amor y reconocimiento a todos y de todos. Un discurrir a cámara lenta, orquestado por aspectos básicos de la respiración correcta: regular en el ritmo, profunda en la intensidad. La inmersión en el Espíritu, fundamento de toda forma de Vida, se materializaba en mantras musicales como el de: "Inspirando, espirando, -sono fresco come un fiore -che al matino si aprirá..."

Tras un despertar del cuerpo-mente al júbilo del estrenado nuevo día, procedíamos a la meditación del alba. La postura de loto o medio loto, asentamiento firme en la Tierra con el tronco y la cabeza erguidos hacia el Cielo -paz y estabilidad- era un modo de reencuentro y cuidado de nosotros mismos y de todos –y de todo- cuanto cuida de nosotros.

A este primer acto de la madrugada le seguía, divididos en tres grupos, un despertar más físico, a base de ejercicios de Yoga, Kung-Fu y de Chi Qung. Los realizábamos en plena naturaleza, a la que dábamos, y recibíamos de ella, un entrañable "¡Buongiorno!". Su principal objetivo, estabilizar la mente focalizando la atención en el movimiento físico, unir cuerpo y espíritu en una postura, y de paso mantener y mejorar la aptitud y la salud física y mental, el equilibrio cuerpo mente y, en suma, la paz y el bienestar.

La diaria meditación caminando al aire libre, pausada y solemne, de una hora de duración y encabezada por Thây -el apelativo cariñoso que le confieren quienes le conocen- era una práctica orientada a la plena consciencia en la naturaleza. Estos momentos evocaban en mi la imagen de un Jesús rodeado de niños y seguido por la multitud en las riberas del lago Tiberíades; nosotros lo hacíamos no lejos de las del río Tíber. El único sonido en la partitura, un profundo y elocuente silencio.

Un silencio también respetado en las comidas para tomar consciencia de que en los alimentos se encuentran presentes muchos elementos interdependientes e indispensables: la nube, la lluvia, el sol, la tierra, el aire, el trabajo de cuantos han colaborado directa o indirectamente a su cultivo. Con ellos, el universo entero me está manteniendo, y forma parte de nuestra existencia. Comida vegetariana, por supuesto, en versión vegana que, como estilo de vida, rechaza toda forma de explotación y crueldad hacia el reino animal, e incluye la reverencia por la vida: un modo también de hacerse cargo de la salud de nuestro bello Planeta Azul.

En las sesiones diarias sobre el Dharma, Thây exponía alguno de los principales aspectos del cuerpo de las enseñanzas de Buda. El propósito era escucharlas no solo con el intelecto sino, y sobre todo, con una mente y corazón abiertos, dejándolas calar profundamente en la consciencia hasta impregnar la semilla de la sabiduría y de la compasión ya presentes dentro de nosotros. Durante los veinte primeros minutos asistían también, rodeando al Maestro y sorprendentemente atentos, los niños.

Le seguía la práctica de la "Condivisione" sobre el Dharma. Distribuidos en grupos de veinticinco personas, llamados familias –la mía, "I Girasoli"- era el momento de compartir y de sacar provecho de las experiencias y de las intuiciones de los demás, relativas al ejercicio de la presencia mental. La escucha profunda y el no enjuiciamiento de lo que el otro decía, seguida de un respetuoso silencio, contribuían poderosamente a crear un ambiente tranquilo, comprensivo y receptivo.

Después de la cena una nueva meditación sentada de agradecimiento y despedida de la jornada, que nos preparaba, a la vez, para el misterio de un encuentro de paz con nosotros mismos, con los otros y con todos los restantes seres del universo.

De telón de fondo, la atractiva imagen de Thây –el Maestro- Thich Nhat Hanh, con sus ochenta y seis años en formato de juventud casi ofensiva. Es el autor budista más leído después del Dalai Lama, quien ha dicho de él. " Thich Nhat Hanh nos muestra la conexión que existe entre la paz interior y la paz en la Tierra".

Vivir esta experiencia a unos kilómetros de la Cátedra de Pedro en el cincuenta aniversario del malogrado Vaticano II, cuya inauguración tuve la suerte de presenciar, ha sido algo que, como experiencia íntima personal, no me resulta fácil de expresar. Recorrer la Via della Conciliazione y pisar de nuevo la majestuosa Plaza de Bernini me ha hecho sentir, en esta ocasión, calambres en el alma.

 

Vicente Martínez

Read 5672 times
Login to post comments