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LA EUCARISTÍA CRISTIANA - 8 SACRIFICIO Y ANTIGUO TESTAMENTO. 2

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En el destierro.

Cántico de Azarías. Dan 3, 37-40

 

37 Señor, somos el más insignificante de todos los pueblos

y hoy nos sentimos humillados en toda la tierra,

a causa de nuestros pecados.

 

38 En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes;

ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso,

ni un lugar donde ofrecerte las primicias y alcanzar tu misericordia.

 

39 Pero acepta nuestra alma arrepentida y nuestro espíritu humillado,

como un holocausto de carneros y toros,

y millares de corderos cebados.

 

40 Que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti

y volvamos a serte fieles,

porque los que en ti confían no quedarán avergonzados.


Tercera época:

vuelta del exilio. Año 536 antes de C.

Ciro de Persia los devuelve a su patria: Judea. En Babilonia, los israelitas empezaron a llamarse "judíos": "los de Judea". Ciro, fundador del imperio persa es considerado, en la Biblia, como un "ungido" de Dios (Deuteroisaias, 45,1)

Gran parte del pueblo y dirigentes vuelven humillados, sin monarquía, sin Templo. El pueblo ha perdido a Yahvé. Las tragedias sirven tanto para acercar al hombre a Dios como para separarlo de Él. Para muchos, no sólo fracasó Israel. También su Dios fue un fracaso. El fracaso deja al descubierto a Dios. Comienza el ateismo. Yahvé quedó como identidad nacionalista, no una fe.

Sin rey -sacramento visible de Dios- el clero asume la responsabilidad de reconstruir la Nación, Jerusalén y el Templo:

· la Ley, osamenta del pueblo;
· Templo, signo de identidad;
· los sacrificios, centro de la liturgia que engancha con Yahvé y con el pasado glorioso.

Léase el Levítico. O mejor no se lea. Es un libro de consulta. El libro más pesado y menos cristiano de la Biblia, a pesar de contener auténticas joyas dispersas. Para horrorizarse, véase el capítulo 16.

El pueblo de Israel dirigido por el clero. Así lo encontró Jesús. La monarquía se quedó en caricatura, la semilla de una utopía de mesianismo. Se espera a un hijo de David.

Nace una nueva espiritualidad: "los pobres de Yahvé". Algunos, buscando la santidad, huirán al desierto: Qumran, de donde vendrá con toda probabilidad Juan el Bautista, profeta insatisfecho, siempre en búsqueda. Incluso es posible que el mismo Jesús haya pasado por Qumran, y allí conociera a Juan.

La nueva espiritualidad de los judíos añora, a pesar de la profunda renovación interior, reproducir tiempos pasados.

Es verdad que el creyente israelí desarrolla su fe, y por fin ve que a Dios le interesa, sobre todo, el corazón, la humildad y la misericordia. Sin embargo, sigue amontonando victimas en los altares. Es muy difícil arrancar un mito o una creencia, convertida en negocio. Se sigue con el dogma de que la sangre tiene una virtud de salvación, y santificadora. A pesar de la humillación, y de la insistencia de los profetas en esta época, se reconstituye y se amplía el sistema sacrificial.

Hoy, 2008 después de Cristo, seguimos con la misma creencia de que el sacrificio, los sacrificios, el dolor es redentor:

Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Bertone contra el teólogo Álvarez Valdez: "Dios manda los males y sufrimientos porque el dolor es redentor", acaba de decir el magnate.

· Llevamos todos, y lleva este señor Bertone, metido en los huesos el dogma pagano de que Dios necesita la prueba de la sangre, el dolor y la cruz.
· Llevamos metida la historia de que Jesús subió a la cruz por mandato de Dios. Mientras, los hombres miramos atónitos y llamamos misterio a nuestra ignorancia o nuestra deformación.
· Hemos incorporado a nuestra fe el horror de que sin sangre no hay salvación. La Puerta hacia el Padre está bañada en sangre.
· Incluso hemos convertido la cruz, la sangre y el dolor en un misterio cristiano.
· Hemos convertido la mesa de la fraternidad en piedra de sacrificio.
· Seguimos callados y no nos revelamos al constatar cómo unos pocos –los de ayer y los de hoy- siguen clavando en la cruz a los que buscan la liberación que buscaba Jesús, a los que piensan sobre el Templo lo que pensaba Jesús, a los que movilizan al pueblo al modo de Jesús.
· En la cruz de la persecución, siguen los que defienden lo que Jesús, los que liberan como Jesús, los que hostigan al poder por defender al pueblo, como Jesús.

 

¡Que no, señores, que no!

Que la cruz la hicieron y la seguimos haciendo los humanos; que la cruz no es producto del amor de Dios.

Que la cruz fue el precio que pagó Jesús por querer abrir ojos, liberar a cautivos ideológicos, soltar lenguas silenciosas, dar vida a esclavos paralizados.

La cruz es medida de hasta dónde llegó Jesús para ayudar al hombre, obra del Padre.

Que la cruz no es un sucedáneo de sacrificio pagano, o un Antiguo Testamento bautizado. La Cruz no es un misterio. Es una canallada.

Que Dios no quiso nunca ni quiere nunca sangre de carneros ni sangre de hombres.

El dolor es la consecuencia del "hacerse" de la creación. Nada está terminado. Dios no ha creado cosas terminadas. Dios crea vida. La tierra, con el Universo, está en un continuo hacerse. El hombre está pariendo lo humano, y la humanidad sufre dolores de parto. No está hecha todavía.

Quizá la creatura, y la vida creada sea un proceso de crecimiento hacia un final, hasta que, por fin, "descanse en la paz" del Padre.

En esta gestación continua nació Jesús, el de Nazaret, y asumió su papel. Como un hombre. No huyó. Se fió del Padre. Tuvo fe. Amó a los suyos. Pero los que se amaban a sí mismos, pisando todo lo demás, lo eliminaron.

"Este es mi cuerpo". Es decir es mi vida visible, tocable, comprensible.

("Cuerpo" en lenguaje y mentalidad semítica: la actividad visible del hombre. "Cuerpo" según nuestro pensamiento grecolatino, es otra cosa.)

"Esta es mi sangre". Os amo tanto, - obra de mi Padre - que incluso si me quitan la vida, no me echaré para atrás.

Haced de mi manera visible de vivir vuestra vida.

Si alguno quiere seguirme, ya sabe hasta dónde estará dispuesto a llegar.

Os he enseñado el camino.

Quien se ame más a sí mismo no sirve.

Quien come este pan come mi vida. Quien bebe esta copa, sabe a qué está dispuesto.

El amor es el camino, no la muerte. Lo que anunciamos es la vida, no la cruz.

Lo nuestro no es hacer cruces. Las cruces las vamos a encontrar hechas.

La misión del creyente es ayudar a bajar a quienes cuelgan colgados de las cruces, hechas por los poderosos y por los de todos los templos y mezquitas.

Si la vida nos sube a la cruz, miremos a Jesús. Bebamos de su copa.

Pero cambiemos los altares de sacrificios por mesas de hermanos. No hay sacrificios santos, ni santos sacrificios. Sólo queda la vida entregada a los demás, incluso hasta derramar la sangre, si es preciso, por los demás. Dejemos en paz a los corderos. No añadamos más sangre ni más dolor al mundo.

Soy consciente de la repercusión que debería tener, antes o después, esta forma de pensar en la espiritualidad, en la liturgia, en nuestro catecismo y en nuestro enfoque de la vida. ¡Que así sea!

 

Luís Alemán

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