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LA BASE DE LA IGLESIA (3) ROMA, NO VA MÁS

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La tarde del 3 de junio de 1963, muchos se alegraron. Otros muchos empezaron a llorar. Y aún lloran. Juan, el Papa inocente que creía en Dios, moría en Roma. Moría una utopía, una esperanza, un sueño. Quedó claro que lo importante no es ser conservador o progresista, joven o viejo, sino el estar abierto al Espíritu. Él te irá llevando hacia la verdad.

Otros aumentaron su fe en su dios porque, por fin, pasó el peligro. Y aún siguen reparando las grietas y con el recuento de los daños, según dicen, ocasionados por el Papa Juan.

Yo pienso que algún comisario del Cielo se lo llevó. Trasparentaba demasiado al Padre. Y no parece ser propio de Dios actuar tan a las claras en la historia. Cuando murió, se llevó la sonrisa, la humildad, la esperanza. El Espíritu se fue con él. Aquí quedó la Curia.

¡Pobre Montini! Leerán ustedes diferentes, contrarias y contradictorias opiniones sobre su personalidad, su trabajo, su actuación en el concilio y fuera del Concilio. Dicen que fue valiente en España porque se opuso a un Franco moribundo. Dicen que era un intelectual, que dudaba, que tenía miedo.

Sí parece que para salir escogido papa, tuvo que consensuar, negociar los límites de su margen de maniobra: hacer concesiones y firmar letras de cambio. Ya por eso no debió ser papa. O jugamos a creer en el Espíritu, o a poner precio al sillón de Pedro. A pesar de todo, Montini era lo más que la Curia del Vaticano estaba dispuesta a ofrecer a la Iglesia.

El Concilio siguió sus deliberaciones. Pero ya no estaba el Espíritu. La Curia, poco a poco, con su vieja sabiduría heredada de los romanos, fue recobrando el poder que nunca llegó a perder.

Es verdad que los Padres conciliares venidos de fuera, echaron por tierra el esquema (la ponencia) juridicista y autoritario sobre la Iglesia, preparado por Ottaviani, sociedad limitada. Es verdad que la curia tuvo que tragarse la tesis de que la Iglesia de Jesús no eran ellos sino el pueblo. Y que ellos –papas, cardenales, obispos y sacerdotes - estaban para servir al pueblo. Pero las tesis bonitas no dañan a nadie, y menos a la Iglesia Romana que vive de frases, discursos y evangelios bonitos. Se proclamaron bellas teologías de colegialidad. Se ajustaron muchos engranajes, no sólo podridos sino pestilentes.

Pasados cuarenta años desde el Concilio y pasado el Wojtyla 'termineitor', imagino a los señores de la curia, con esa sonrisa de viejos diplomáticos, al recordar las atrevidas afirmaciones de algunos obispos, cardenales y algún Patriarca.

Pablo VI le tuvo pánico a la historia, al Concilio, a los Cardenales de Roma y asumió la irresponsable decisión de hurtar a los obispos reunidos, los temas decisivos y delicados. Y metió la pata. Con babuchas blancas, pero metió la pata. (Los papas ya no llevan sandalias de pescador, sino mocasines blancos de fina piel).

Hans Küng:

"¿Abandonar el poder según el espíritu de las bienaventuranzas? En eso no ha pensado Pablo VI en ningún momento. ¿Compartir el poder con los obispos y las Iglesias locales según la antigua tradición católica? Precisamente eso, este papa no lo quiere."

Al firmar en 1968 la encíclica Humanae vitae, "arrojó a la Iglesia a una crisis de credibilidad que todavía persiste hoy en día"

La encíclica Humanae vitae pasará a la historia como el primero de los grandes errores que multiplicará el gran santón y actor teatral Wojtyla.

Seguimos en el tema central: el poder.

Desde el punto de vista teórico, el Concilio dio algunos grandes pasos. Pero lo peor es que después de cantar el Te Deum antes de volver a casa, el poder se quedó allí. La curia no la mueve ni un Concilio. La curia produce papas, mata papas y fumiga Espíritus. Nunca vendrá la regeneración de la Cristiandad desde Roma.

Por tanto mi opinión es que no roguéis más por los papas, los obispos, y el clero. Rogad por los creyentes de base y por los pobres de la base. Ciertamente hay esperanza y camino hacia la plenitud humana en Dios. Pero está claro que ese camino no pasa por el poder. Volverá Jesús, no se cómo ni cuando, pero yo no creo que venga desde Roma.

No pondré ya mi esperanza en otro concilio. Mientras la Curia Romana exista, cerrad vuestras esperanzas. El Vaticano es el gran obstáculo para la iglesia de Jesús. Lo práctico es no luchar contra el Vaticano, ni rezar por él, ni esperar nada de él. Lo eficaz es olvidarse de él.

No me considero derrotista. Pero sí me considero creyente.

El cardenal Martini fue rector de la Universidad Gregoriana de Roma, arzobispo de la mayor diócesis del mundo (Milán) y papable. Es jesuita, publica libros, escribe en los periódicos y debate con intelectuales. En 1999 pidió ante el Sínodo de Obispos Europeos la convocatoria de un nuevo concilio para concluir las reformas aparcadas por el Vaticano II, celebrado en Roma entre 1962 y 1965.

Acaba de publicarse en Alemania (por la editorial Herder) el libro Coloquios nocturnos en Jerusalén a modo de testamento espiritual del gran pensador.

"Lo que reclama Martini a las autoridades del Vaticano es coraje para reformarse y cambios concretos, por ejemplo, en las políticas del sexo, un asunto que siempre desata los nervios y las iras en los papas desde que son solteros.

El celibato, sostiene Martini, debe ser una vocación porque 'quizás no todos tienen el carisma'. Espera, además, la autorización del preservativo. Y ni siquiera le asusta un debate sobre el sacerdocio negado a las mujeres porque 'encomendar cada vez más parroquias a un párroco o importar sacerdotes del extranjero no es una solución'. Le recuerda al Vaticano que en el Nuevo Testamento había diaconisas.

Son varios los periódicos europeos que ya se han hecho eco de la publicación de Coloquios nocturnos en Jerusalén, subrayando la exhortación del cardenal a no alejarse del Concilio Vaticano II y a no tener miedo de "confrontarse con los jóvenes".

Precisamente, sobre el sexo entre jóvenes, Martini pide no derrochar relaciones y emociones, aprendiendo a conservar lo mejor para la unión matrimonial. Y rompe los tabúes de Pablo VI, Juan Pablo II y el papa actual, Joseph Ratzinger. Dice:

"Por desgracia, la encíclica Humanae Vitae ha tenido consecuencias negativas. Pablo VI evitó de forma consciente el problema a los padres conciliares. Quiso asumir la responsabilidad de decidir a propósito de los anticonceptivos. Esta soledad en la decisión no ha sido, a largo plazo, una premisa positiva para tratar los temas de la sexualidad y de la familia".

El cardenal pide una "nueva mirada" al asunto, cuarenta años después del concilio. Quien dirige la Iglesia hoy puede "indicar una vía mejor que la propuesta por la Humanae Vitae", sostiene.

Sobre la homosexualidad, el cardenal dice con sutileza: "Entre mis conocidos hay parejas homosexuales, hombres muy estimados y sociales. Nunca se me ha pedido, ni se me habría ocurrido, condenarlos".

Martini aparece en el libro con toda su personalidad a cuestas, de una curiosidad intelectual sin límites. Hasta el punto de reconocer que cuando era obispo le preguntaba a Dios: "¿Por qué no nos ofreces mejores ideas? ¿Por qué no nos haces más fuertes en el amor y más valientes para afrontar los problemas actuales? ¿Por qué tenemos tan pocos curas?"

No genera en mí ilusión lo de Martini. Si algún día el Vaticano diera un paso hacia Jesús será o por un cataclismo en la cristiandad que le obligara a reflexionar y convertirse, o por un empuje exigente de los creyentes de base. Creyentes, libres, anónimos, sin ganas de suplantar a los obispos ni a Roma. Sin el virus del poder. Desde la base, como algo parecido a la levadura que trabaja por dentro.

Por ahí va eso de las comunidades de base. Algo imprescindible. Algo peligroso. Algo ilusionante.

 

Luís Alemán


Iglesia de base. Base de la iglesia. Continuará.

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