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LA LIBERTAD DE LOS HIJOS

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Pablo nos ofrece dos ideas magníficas. En primer lugar, la función de La Ley, la ley de Moisés, como un "pedagogo", un tutor necesario mientras el niño es niño y no puede usar bien su libertad. Hay un párrafo precioso en el capítulo cuarto:

"Mientras el heredero es menor de edad, aunque sea dueño de todo, no se distingue del esclavo, sino que está sometido a tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Lo mismo nosotros, mientras éramos menores de edad, éramos esclavos.

Pero cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los súbditos de la ley, y nosotros recibiéramos la condición de Hijos.

Y, como sois Hijos, Dios infundió en vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "Abbá, Padre". De modo que no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres heredero por disposición de Dios".

(Un paralelo brillante en Romanos 8,15)

Es una magnífica exposición, en su tiempo y ahora. En su tiempo, para mostrar que La Ley, todo lo prescrito en el Antiguo Testamento, es provisional; necesario en su momento, pero dirigido a una cumbre, Jesús, que llevará a su plenitud todo lo que allí era sólo proyecto.

Y ahora, para nosotros, mostrando lo más íntimo de la revelación de Jesús: si Dios es Padre, yo soy hijo. De aquí nace toda la confianza y toda la exigencia que caracterizan a la condición cristiana. Pero esto es la cumbre, la Palabra plena, hacia la cual se arrastra el Antiguo Testamento, con aciertos y errores, que valoramos con claridad desde Jesús.

Debemos aprender a leer correctamente el Antiguo Testamento. Y lo leeremos bien desde Jesús. En el Antiguo Testamento está la historia de la fe de Israel, que es la prehistoria de nuestra fe. Están todos sus aciertos y sus errores, sus provisionalidades, sus pecados. Mirándolo desde Jesús vemos qué es acierto, qué es error, qué es provisional...

Por esta razón es tan ingenuo lo que hacen algunos predicadores superficiales hoy día, imponiendo mandamientos porque están en la Biblia. (Un caso típico es el de los testigos de Jehová con el mandamiento de la abstenerse de sangre).

Lo que en un momento pudo ser conveniente no tiene por qué ser definitivo. Lo definitivo lo vemos en Jesús. Pablo proclama por tanto la libertad ante la Antigua Ley, ante la llegada de la Nueva Ley, de Jesús. Pero esto no es todo. La Ley de Jesús es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y todas tus fuerzas: y al prójimo como a ti mismo"

Por tanto, no se trata de cumplir preceptos, sea cual sea nuestra situación interior; se trata de convertirnos al amor de Dios, descubrir el amor de Dios y responder con el mismo amor, que abarca al Padre y a los hijos. Esto significa que hacemos mucho más de lo obligado, que vamos mucho más allá de los preceptos.

Pensamos, una vez más, en dos personas enamoradas, o en una familia en la que funciona un amor verdadero: los preceptos están de sobra. Si todo el mundo piensa más en los otros que en sí mismo, la ley se queda siempre muy corta.

Esta Libertad de los hijos de Dios es el centro de toda espiritualidad cristiana. En una comunidad siempre hacen falta leyes, pero el Espíritu de Jesús va mucho más adelante que las leyes, se le queda pequeño lo mandado.

Así, Jesús es el Salvador, el que salva de los pecados, el Libertador. En dos aspectos:

· En que ya no servimos al pecado, aunque nos siga atrayendo, aunque algunas veces resbalemos; vivimos para las cosas del Padre, hemos descubierto el Tesoro y hemos vendido las baratijas que antes nos atraían tanto.

· Y, además, nos sentimos libres del temor: ya no nos da miedo Dios ni nuestros pecados, porque Jesús nos ha mostrado bien que Dios es precisamente el que trabaja para liberarnos.

No deja de ser preocupante que el "re-descubrimiento" de Abbá, que tanto ha hecho cambiar la espiritualidad cristiana, haya sido también para algunas personas un tranquilizador de su mediocridad. La bondad de Dios, el que siempre perdona, se convierte en el mejor pretexto para excusarles de todo seguimiento de Jesús.

Es importante comprobar cómo, en este proceso, la bondad de Dios es un mensaje, no una vivencia: ha sido una información, no algo profundamente sentido. Y esto revela uno de los aspectos más preocupantes de algunas religiosidades: mucho conocimiento y escaso o nulo sentimiento. Pero seguir a Jesús, convertirse, "apuntarse al reino" es algo vital, emocional. No se trata de conocimientos sino de convicciones, no se trata de aceptar dogmas sino de sentirse querido.

 

José Enrique Galarreta, S.J

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