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UN ORDEN NUEVO

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4 de agosto, domingo 18 del TO

Lc 12, 13-21: Contra la ambición

"Uno de la gente dijo:

-Maestro, dí a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

Jesús le respondió:

Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?"

Col 3,11

En este orden nuevo "no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos (...) porque el Mesías lo es todo para todos".


En la Hacienda de lo espiritual, realmente no hay nada legal que repartir. No hay herederos. Son bienes patrimoniales inherentes al mismo acto de nacer que, en buena praxis cristiana, solo cabe el deber de compartir. Es herencia de la Humanidad entera, de todas las criaturas. Y ellas son en todo momento –seres de todos los reinos de la Naturaleza- el tribunal popular legítimamente nominado para juzgarnos.

Por eso Jesús rechaza la petición de constituirse en juez o árbitro entre los hermanos aquí en la tierra. Y lo mismo hizo respecto del cielo negándose a la petición de la madre de los Zebedeos: "sentarse a mi derecha e izquierda no me toca a mi concederlo" (Mt 20, 23). Los materiales básicos para la construcción de su Poema de la Buena Nueva proceden de la expresión de la acción y de la vida.

El cabreo acabó en revuelta, y uno y otra cundieron, como era de esperar, en el Equipo. Sus consecuencias se mantienen después de veinte siglos, con extensión al banquillo, el vestuario... y la calle. La Iglesia jerarquizada –ella, sí- se arrogó sin consideración alguna, el derecho de juzgar y arbitrar entre nosotros.

La comunidad cristiana de Antioquía se contagió de la indignación, alentada por Pablo, "porque el Mesías lo es todo para todos" sin distinción. Un Mesías protagonista indiscutible de la historia, de todas las culturas, durante los dos últimos milenios, cuyo único sueño era compartir el Reino Terrenal del Padre con todas las criaturas. La Espiritualidad, como el Amor, jamás puede ser excluyente.

Bocaccio (s XIV) en el Decamerón, y Lessing (s XVIII) en Nathán el Sabio, recogen la parábola del anillo, que como tal nos viene en esta ocasión al dedo. Ambos elevan el problema de la herencia a categoría de verdad religiosa mantenida a ultranza por cada uno de los tres monoteísmos. Y en todos ellos los máximos jerarcas no han cesado de blandir por la fe sus sendas cruces, medias lunas y estrellas de David en sangrientas y morales batallas.

Peter Sloterdijk, filósofo alemán nacido en 1947, dedica el capítulo séptimo de su obra Celo de Dios al mismo tema, y propone una interpretación de la parábola, que desborda el hecho de la fe: "El deber del altruismo es inseparable de las religiones clásicas desde que se ha querido encontrar el signo característico de la verdadera fe en el abandono del ego y en el desvelo por el otro, grande o pequeño".

 

PARÁBOLA DEL ANILLO

"Un hombre poderoso y rico tenía entre las más bellas joyas de su tesoro un anillo valioso y bellísimo. Y queriendo honrarlo por su valor y belleza y dejarlo perpetuamente a sus descendientes, ordenó que aquel de sus hijos a quien después de muerto él, se le encontrara el anillo, fuese tenido por su heredero y debían honrarle y reverenciarle como al mayor.

Aquél a quien el anillo se legó tomó igual medida con sus descendientes, obrando como lo hiciera su predecesor. Y, en resolución, el anillo pasó de mano en mano a muchos sucesores, y últimamente a las de uno que tenía tres hijos virtuosos y buenos y muy obedientes a su padres, por lo que éste amaba a los tres por igual. Y los mancebos, conocedores de la historia del anillo y deseando ser cada uno más honrado entre los suyos, rogaban todos a su padre, que era viejo ya, que cuando muriese, le dejase aquella joya.

El buen hombre, que a todos amaba lo mismo, no sabía a quién elegir para legársela, y habiéndola prometido a todos, quiso satisfacer a los tres. Así, secretamente encargó a un artífice que hiciera dos anillos tan semejantes al primero que él mismo que los había encargado, apenas sabía distinguir cuál era el verdadero. Y a punto de morir, y en secreto, dio uno a cada uno de sus hijos.

Éstos, tras la muerte de su padre, quisieron todos adquirir la herencia y el honor y, negándoselos el uno al otro, los tres, para mostrar su derecho, sacaron sus respectivos anillos. Y halláronlos tan parecidos entre sí, que no se podía conocer cuál fuera el verdadero, por lo que la cuestión de cuál debía ser el heredero de su padre, quedó en suspenso, y aún en suspenso está.

Bocaccio


Vicente Martínez

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