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LA FAMILIA, MODELO DE VIDA

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Mt 2, 13-15

Mateo sigue fiel a su finalidad, mostrar a Jesús como el cumplimiento de lo anunciado en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel estuvo en Egipto y fue esclavo: el Señor "le llamó", le sacó de Egipto. El profeta Oseas comenta este episodio, y a éste texto se refiere Mateo, aplicándolo a Jesús.

Estos relatos de la infancia de Jesús son utilizados por la Iglesia para evocar la infancia de Jesús: José es el protector de la familia, el que "está en lugar de Dios" para cuidar de María y Jesús.

Mateo no cuenta que José y María vivieran en Nazaret antes de ir a Belén. Esa es la razón por la que Nazaret se presenta aquí como si fuese la primera vez que José y María vivieran allí.

Son posibles varios niveles de reflexión en esta fiesta y sobre estos textos. El primero es el que nos lleva a la contemplación de la infancia de Jesús, de su crecimiento, de su vida en familia. Este nivel es legítimo. Hay muy pocos datos en los evangelistas a partir del nacimiento y la adoración de los magos. Solamente se menciona este episodio de la huída a Egipto, la pérdida del Niño en el Templo, y un breve comentario sobre cómo el Niño crecía sometido a sus padres. Nada más. Y debemos recordar que en todos estos relatos predomina la intención teológica –el mensaje- sobre la intención meramente narrativa de hechos históricos.

Nuestra imaginación pone el resto, intentando adivinar sucesos de aquellos treinta años que hemos llamado "la vida oculta", con el peligro evidente de proyectar sobre ellos nuestras costumbres y creencias sin demasiada verdad. Pero es un tema espléndido de contemplación, y la devoción del pueblo cristiano se ha fijado insistentemente en estas escenas.

El segundo nivel sería aplicar todo esto a la institución familiar. La vida de Jesús en aquella familia se extiende a todas las familias. La familia queda bendecida, la Familia de Jesús se pone como ejemplo de todas las familias, y se le suponen, sin duda con toda razón, todas las virtudes que desearíamos que reinasen en nuestras familias.

También esto es correcto, por supuesto, aunque aquellas familias eran muy diferentes de las nuestras, se parecían más a lo que nosotros llamaríamos "clan", con mucha más relación entre hermanos, primos, de manera que en los evangelios aparece varias veces la expresión "los hermanos de Jesús", refiriéndose quizá a sus primos. En este nivel, más que atender a la Palabra, nos imaginamos lo que La Palabra podría decir, la utilizamos, con evidentes riesgos.

Hay un tercer nivel que nos puede importar más. Tomar aquella familia y toda familia como modelo de vida, imagen y manifestación de todo un modo de vida, de relación entre los hombres y de relación con Dios. Es éste un símbolo perfecto, introducido por el mismo Jesús cuando nos enseñó a llamar a Dios "Abbá", con lo cual "ya no sois esclavos sino hijos, y si hijos, también herederos".

Jesús hablaba de Dios con las imágenes que sacaba de la vida diaria: el pastor, la puerta, el agua, la luz... Me gusta pensar que Jesús habló de Dios como "Padre", porque nunca vio en la tierra cosa más maravillosa que José y María, porque el recuerdo de su vida en Nazaret lo marcó para siempre.

Desde este símbolo se entiende muy bien la nueva relación con Dios y con la Ley que Jesús inaugura. "Abbá" es el papá del niño pequeño, para quien su papá lo es todo, le inspira absoluta admiración, dependencia y confianza. De "Abbá" se puede esperar todo, toda la grandeza, solución para todo, todo el cariño. Sentirse pequeño y querido, relacionado con Dios por un cariño más que racional, que brota de la sangre, de lo íntimo del ser. Y siendo todos así, hijos, se sienten hermanos, con ése vínculo inexpresable que supera también lo racional.

No se quieren los hermanos por sus cualidades, ni porque se aprecien, ni porque se necesiten... sino, por encima de todo, porque son hermanos, y se sienten así. Por muy mal que nos hayamos comportado, podemos volver siempre a un hermano, y no digamos al padre (y más aún a la madre), sabiendo que estará incondicionalmente con nosotros, para lo que haga falta.

¿Dónde acaban las obligaciones de cada miembro de la familia? ¿Qué Ley las regula? ¿Hasta dónde debe servir la madre a los hijos? ¿Cuánto debe preocuparse el padre por su hijo? ¿Hasta dónde atenderá un buen hijo a su padre necesitado?

Este es sin duda un estupendo modo de entender por qué Jesús nos libra hasta de la Ley: porque donde hay amor, la Ley se queda siempre muy corta. Cuando hay amor, la única ley es la necesidad del otro, incluso el gusto y hasta el capricho del otro. A eso se responde, y no importa lo que cueste. Vivir en ese clima es sacrificarse sin darle importancia, querer siempre hacer más, estar deseando poder dar más...

Y en este contexto se entienden bien todos los mandamientos, superados por Jesús. ¿Cómo vamos a hablar de no matar, de no robar... en la familia? Y Dios es juez, sí, como mi madre es juez, es decir porque sabe más y tiene razón, sólo por eso. En una frase: "tranquilo, hijo, el Juez es tu madre".

Y si piensa usted que esto lleva a no exigirse, a no cumplir... es que no se ha enterado usted de nada y tiene que volver a leer este párrafo y el anterior. Quizá lo que pasa es que usted necesita que le expliquen qué es amor, pero eso es imposible: el amor está más allá de lo racional y si no se ama, es imposible entender.

Esta es una singularidad absolutamente original de Jesús. Ninguna religión, ningún pensador, nadie ha pensado nunca en comparar a Dios con "mamá", tal como lo puede decir un niño pequeño.

Todos los hombres de bien aspiran a un mundo en que reine la justicia. Jesús sabe que esto ni basta ni es posible: la justicia premia y castiga, pero no cura, y no puede perdonar. Todos somos hermanos pecadores que sobrevivimos solamente porque los demás nos quieren, porque Dios nos quiere. Una vez más, y como siempre, Jesús sabe de Dios y del hombre mucho más que todas las filosofías.

Hay todavía un cuarto nivel de reflexión/contemplación, que debe estar presente en todas nuestras consideraciones sobre la Navidad. La fe en Jesús verdadero hombre. No vamos a extendernos en él, pues ha sido tema recurrente de muchos de nuestros comentarios. Pero es importante "ver" que Jesús crece, madura, aprende, recibe de sus padres lo que no tiene.

Imaginar a Jesús, como hacen algunos de los Apócrifos, haciendo pajaritos de barro que luego echan a volar, o cosas aún peores, es la exageración de una cristología meramente descendente que nos lleva a negar la humanidad de Jesús. Si algo es importante en nuestras contemplaciones de Jesús en el vientre de María, en el portal de Belén, salvado por José de Herodes, creciendo y aprendiendo en Nazaret, es, precisamente, la constatación de la humanidad.

Posiblemente para los creyentes de hoy sea ésta una asignatura pendiente. Hay que creer en ese hombre. Si nuestra fe no sigue ese camino (conocer-entusiasmarse-cuestionarse-creer) mucho me temo que estemos construyendo un Jesús a nuestra imagen y semejanza. Hay que creer en Dios tal como se manifiesta, no tal como nuestras construcciones mentales intentan representarlo. Y Dios se manifiesta en Jesús, un hombre.

 

José Enrique Galarreta

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