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LA ILÓGICA DE DIOS

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Él no tiene, tu sí: es tu hermano. Si aún no eres capaz de dar la vida por él, por lo menos comparte con él tus bienes. Si no, ¿cómo puedes llamarte cristiano? (San Agustín)

31 de agosto, domingo XXII de TO

Mt 16, 21-27.

A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos, que debía ir a Jerusalén, padecer mucho a causa de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar.

Es lógica la ilógica del Dios bíblico. Los autores del Libro le atribuyen hechos y dichos que poco o nada tienen que ver con su realidad. Simplemente porque por los dichos y hechos nada sabemos de esa realidad que presuntuosamente llamamos Dios.  La lógica de Dios, que Pablo nos muestra como totalmente diversa a la del hombre en Rom 12, 2, se desmorona en el tablero de ajedrez de la vida real. ¿En qué se queda ese Dios fuera del juego de esta existencia? En un oprobioso lamento jeremíaco o en el clamoroso “Mi alma está sedienta de ti”, del salmista.

Jesús explica a los suyos que debe padecer mucho a causa de las fuerzas vivas de la época. El mismo testimonio de quienes hoy manifiestan su valiente disconformidad ante la Jerarquía Eclesial establecida. La dimensión solidaria con él demanda la reivindicación y la lucha contra la injusticia social cada vez mayor contra los más débiles y más necesitados. Pablo se muestra claro en Rom 12, 2: “No os acomodéis a este mundo, antes transformaos en una mentalidad nueva, para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto”.

De la Iglesia dogmática podríamos decir lo que el político francés G. B. Clemenceau dijo de los hombres: “El hombre absurdo no cambia nunca”. Cuando esto sucede, los muros de las torres vaticanas se cuartean. Su solidaridad con las iglesias de los pueblos salta por los aires y sus cardenalicios capelos y papales armiños se reducen a un simple sueño de ruinas y vacíos.  

Descubrir a Jesús presupone transfiguración personal a los ojos de la Comunidad. Y también en los hechos, haciendo que se cumpla de nuevo el no quedará piedra sobre piedra (Mc 13, 1) de la Vieja Iglesia. Jesús lo anunció en un discurso escatológico para nuestros tiempos. Y propuso también sobre qué fundamentos se construiría la Iglesia Nueva: la piedra que desecharon los antiguos arquitectos es ahora la piedra angular (Mt 21, 42).

Una hoja de ruta trazada por el propio Maestro -escandalosa para la Iglesia Institucional- que ha destruido el teléfono rojo directo con Dios. El satélite artificial de los whatsapp, skype, twitter de la modernidad, con el Dios presente en cada ser, sabe más a humanidad. Ahora sólo cabe batallar para que dicha Iglesia no rompa el Coro de voces Blancas. Como comenta uno de los protagonistas del Werther de Massenet, tenemos queencontrar “los pensamientos que ella –que Jesús, en nuestro caso- nos dejó”.

La lógica es ciencia inherente al pensamiento humano, nunca al divino. Por eso me parece necesario invertir la frase de Arnold Lunn, “Cuando los hombres dejan de creer en Dios, dejan de creer en sí mismos”, en la siguiente: Cuando los hombres dejan de creer en sí mismos, dejan de creer en Dios.

 

HISTORIA DE LA RANA COCIDA

En alguna ocasión le habían contado al pescador la historia de la rana cocida. Y como era hombre que necesitaba ver para creer, un día que junto con los peces cayó una de ellas en su red no pudo vencer la tentación de someter a prueba el relato.

Encendió un fuego lento y suave  en la ribera de la laguna y colocó sobre él su cuenco con agua y la rana dentro. El anfibio le miraba entre tranquilo y sorprendido con sus grandes ojos apazgüetados. Al cabo de veinte minutos la rana estaba cocida.

Cuando regresó al pueblo, le fue a contar lo sucedido al boticario. Éste, con aire de sabio, le explicó científicamente el fenómeno observado: -“Estos batracios, del género de los anfibios anuros, le dijo, carecen de un mecanismo fisiológico interior que les permita detectar los cambios lentos que ocurren en su medio exterior. Por eso tu rana no saltó del cuenco cuando el agua llegó a hervir y terminó cocida sin tan siquiera percatarse de lo que sucedía”. 

 

Vicente Martínez

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