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JEREMÍAS Y LOS ASESINOS

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Ante las enormes injusticias que se cometen en el país, Jeremías habla. No desde el yo, ni desde una institución, ni desde la política, sino desde la Biblia de los sabios, de los profetas y de Jesús de Nazaret.

Clama: "El Amor es la sangre de la Biblia, pero la Justicia es como su columna vertebral. Quítenle a la Biblia su mensaje de Justicia y todo lo demás se desmorona como un cuerpo sin huesos."

Dicho esto, Jeremías abre la Biblia ante los ojos de su pueblo y lee cuatro sentencias sacadas del libro del sabio Jesús ben Sirá, llamado "Sirácides" o "Eclesiástico":

"Presentar como ofrendas a Dios lo que pertenece a los pobres es lo mismo que matar a un hijo para honrar al padre."

"La vida de los pobres pende de un miserable trozo de pan, el que se lo quita es un asesino."

"Privar al prójimo de los medios necesarios para subsistir, es matarlo."

"No darle al trabajador el salario que le corresponde es lo mismo que derramar su sangre."

Eclesiástico 34, 20-22

"Ahí está todo dicho", asevera Jeremías, cerrando el libro. "Si yo fuera Papa y me tocara escribir una encíclica social, solo copiaría esas cuatro sentencias que acabáis de escuchar. Pediría a toda la gente de buen querer, cristiana o no, que se las tatúen en la mente y muy dentro del corazón. Sería la encíclica más corta, más clara y tal vez menos inútil de toda la historia"...

Porque la pobreza, según las propias palabras de Ben Sirá, no es un error de la naturaleza sino un asesinato. Un asesinato permanente que lo perpetramos de continuo nosotros los humanos.

Al principio, no había pobres. Estos aparecieron cuando unos hombres empezaron a arrebatar la tierra a otros hombres matando a todos los que podían. De aquellos que escaparon a la muerte, muchos terminaron esclavos, mientras los demás se refugiaron en lugares inhóspitos para morirse de hambre. Fue así como entre esclavos y desterrados se formó en la humanidad una subespecie llamada: "los pobres".

Transcurrido algún tiempo, tras insoportables sufrimientos, los esclavos lograron sacar de las tierras robadas formidables ganancias que hicieron rebosar las arcas de los amos. Estos, entonces, pretendieron honrar a Dios levantándole templos con paredes cubiertas de oro. ¡Abominación! protesta Ben Sirá. Esto es lo mismo que degollar a un hijo querido en presencia de su padre y ofrecerle el cadáver en señal de sumisión y lealtad...

En el pensamiento de Ben Sirá, el hambre, igual que la pobreza, no es un accidente ni un problema social cualquiera, sino lisa y llanamente un crimen. Un crimen, porque a los empobrecidos del mundo, bajo mil formas, se les niega los medios básicos para desarrollarse. Y también porque persiste en todas partes, aunque en distintos grados, la viciosa costumbre de negarle al trabajador el salario justo.

Esos asesinatos masivos no son propios de los tiempos prehistóricos, pues hoy en día se siguen dando en todo el mundo. Nuestra prosperidad económica y nuestro sistema político y social descansan, a todos sus niveles, sobre esos asesinatos.

"Lo que les acabo de compartir, concluye Jeremías, es obviamente palabra mía, una palabra bien pobre, pero que está sentada sobre la roca de la Palabra de Dios".

Al oír "Palabra de Dios", todos los oyentes respondieron indolentemente: "¡Te alabamos, Señor!"

Nadie pareció demasiado impresionado por ese discurso: los ricos, por no sentirse aludidos, los pobres, por no estar seguros de haber oído bien...

 

Eloy Roy

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