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ECOLOGÍA INTERIOR

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"Como si fuera un espejo, el estado de degradación del planeta nos remite a nosotros mismos. La polución exterior refleja nuestra polución interior"

Marie Romanens

Por eso debería haber ecologistas de interiores, como los hay arquitectos. Pero los ecologistas navegan generalmente a la deriva por procelosos universos exteriores que no logran redimir, a pesar de sus nobles propósitos. Olvidan ellos que el buen o el mal tiempo no está fuera sino dentro. Olvidan el sabio consejo que, en formato de koan zen, le propuso Frederic a su amigo Erwin en el relato "Dentro y fuera" de Hermann Hesse:

"Nada está fuera, nada está dentro; pues lo que está fuera está dentro".

El efecto invernadero verdaderamente amenazante para la vida terrestre, no es el que se forma en las capas de ozono de la estratosfera sino el que se origina en los casquetes polares de cuantos habitamos el bello Planeta Azul de los austronautas:

· talas indiscriminadas de valores milenarios

· inundaciones de retrógradas ideologías disfrazadas de progresismo

· extinción de especies como la familia y el sentido de la vida

· tornados de emociones tóxicas contaminantes de cuantos, próximos o lejanos, comparten la bioesfera

· incremento térmico de fundamentalismos de todo pelaje y condición: los más nocivos, los de orden espiritual.

Que el cambio climático deba iniciarse en la atmósfera interior lo apuntó ya Gregory Bateson en su magnífica obra "Pasos hacia una ecología de la mente". El subtítulo de la misma es bien elocuente a este respecto: "Una aproximación revolucionaria a la autocomprensión del hombre".

Una tierra esta casi virgen –la de la Ecología Interior-, cuya geografía pocos se han atrevido a explorar en profundidad.

Los especialistas en Ciencias Humanas, porque apenas han mostrado curiosidad por su apasionante trascendental significado.

Los políticos -incluídos "Los Verdes" (¡rara avis!)- porque, como buenos regidores de exteriores, tan solo les preocupa organizar alguna que otra expedición a bombo y platillo, con el único propósito de escamotear un puñado de votos al respetable.

Para la restante mayoría de los científicos, esta asignatura pendiente de la auto-observación, jamás llegó a figurar en el diseño curricular de su proyecto académico y, en consecuencia, tampoco de su vida: una terra ignota (o mare tenebrosum) por la que nunca se atrevieron a aventurarse.

Y sin embargo, esta capacidad de introspección, de toma de conciencia de nuestra responsabilidad ante el medio ambiente, ha de ser el punto de inflexión para cualquier intento serio de resolución del problema.

Como si se tratara del arte del "Fenshui del hogar" –el hogar que habita mi yo-, el principio de interdependencia existente entre todas las cosas de este mundo sigue vigente en el interior de nuestro espacio personal.

Los principios que lo gobiernan demandan vivir en armonía con el intorno –conmigo mismo- como paso previo para dejar de vivir en guerra con el entorno: seres y paisajes de la naturaleza.

Se entiende que, tanto lo que los científicos proponen como lo que los políticos intentan hacer, es absolutamente necesario pero no suficiente. Tomarlo como epílogo de su obra sería como pretender solucionar el problema de una pandemia únicamente enviando ambulancias a recoger los enfermos. La solución definitiva está en descubrir y atacar las causas que la originan: la contaminación interior de las personas.

(El cura de mi pueblo, muy sensato él, cansado de ver a su ama –en mis tiempos los curas tenían ama- quitando semanalmente con un varal las telarañas de la iglesia, un día le gritó sin contenerse: "¡Coño María, mata la araña!").

Si en nuestro caso, la raíz de todos estos males está en la propia especie humana, lo definitivamente juicioso sería centrar prioritariamente todas las energías posibles en la modificación de los comportamientos del hombre hacia los ecosistemas globales de los cuales forma parte inexcusable. Pues existe un estrecho vínculo entre la actividad de dicha especie y el ámbito natural en el cual su actividad se manifiesta. Aunque -y esto es lo realmente dramático- el colectivo humano no acaba de comprender que cualquier cambio en la forma de actuar está sometido al previo cambio en la forma de ser.

Y uno de los principales errores yace en el espíritu de quienes no acaban de entender que lo prioritario no son las leyes dictadas sobre las conductas sino las estructuras mentales de los individuos, ética y moralmente bien ordenadas y construidas.

Nada puede funcionar correctamente en la sociedad mientras en la atmósfera interior de las personas que la integran continúen abriéndose amenazantes agujeros de ozono: sulfurosas relaciones consigo mismo, de las que se deriban virulentas ("saturadas de veneno", reza el diccionario) relaciones con los demás y con el medio.

Y en esto, como en tantas otras plagas de Egipto con las que los nuevos Moisés nos obsequian cada día, el único remedio con auténtica carga de profundidad es la educación en valores desde la infancia. Lo demás –normas y más normas, publicidad, penalizaciones... etc.-, no pasan de ser asépticos paños calientes, polvos de la madre celestina, escandalosos furgones del Samur, varales amenazantes por los techos de las iglesias:"¡Coño, María, mata la araña!".

Un sabio jesuita, Toni de Melo, se dijo siendo joven: "Quiero cambiar el mundo". Y empezó a trabajar en ello; mas en vano. Luego rebajó el listón de su sueño: "Quiero cambiar la India, mi país"; pero también fue estéril el empeño. Después se propuso cambiar Bombay, su ciudad natal, y Bombay siguió siendo la misma ciudad de siempre. Ante tanto fracaso, llegó a una conclusión más realista cuando exclamó: "Voy a cambiarme a mi mismo".

Y con él se inició el cambio en todo lo demás.

 

Vicente Martínez

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