HIJAS E HIJOS DE TRES
José ArregiEl Parlamento británico ha dado luz verde a la utilización de una novedosa técnica de reproducción asistida que permitirá que los hijos no hereden enfermedades mitocondriales graves de sus madres (ceguera, sordera, fallos cardíacos, daños cerebrales...).
La mitocondria –¡qué sé yo de esto, pero es un milagro que exista!– es una especie de minúscula central energética de la célula viviente, todo un mundo infinito invisible a la vista, como el infinito grande y pequeño. La técnica consiste en sustituir la mitocondria enferma del óvulo materno por la mitocondria sana del óvulo de una tercera persona, la mujer donante, para fecundarlo luego con el espermatozoide del padre e introducirlo en el útero de la madre. La misma operación puede realizarse con los óvulos recién fecundados de madre y donante. La ciencia prolonga el milagro de la naturaleza. En realidad, también la ciencia, como todo lo que somos y hacemos, forma parte de la naturaleza. Y del milagro de la Vida de la que somos hijos.
Pero no todos lo ven así, ni aprueban la nueva terapia. Entre otros, se han opuesto –como es normal, o cuando menos habitual– los altos dirigentes de la Iglesia anglicana y de la Iglesia católica de Gran Bretaña. Arguyen la inexistencia de suficientes garantías médicas y la posible destrucción de embriones. Advierten contra la injerencia en el orden de la naturaleza querida por Dios, y contra la tentación de crear seres humanos a nuestra conveniencia, o contra la disolución de la estructura misma filial-parental en una paternidad-maternidad de tres. Incluso el autor de la primera fecundación in vitro ha protestado, calificando la técnica como "bricolaje de la vida" y preguntando: "¿Es que vamos a crear todos los trozos del ser humano?". ¿Y por qué no, si es para bien?
Comprendo las objeciones, pero creo que ninguna es suficiente para negarnos a este nuevo paso de la medicina. ¡Ojalá se den pronto muchos más! A condición, eso sí, de no sucumbir a la obsesión de la salud perfecta y de no someternos a los intereses desmedidos de las grandes multinacionales, farmacéuticas u otras, dos de los más graves trastornos de nuestro tiempo, cuyo remedio es mucho más urgente y difícil que el de las enfermedades mitocondriales. Pero eso excede la responsabilidad de los médicos. La vocación de la medicina –sublime profesión– es prevenir, curar, cuidar las heridas de la vida, y a ello contribuye la terapia mitocondrial. La humanidad se lo agradece.
¿Seguridad absoluta? Nunca la hay. El riesgo cero no existe. Hay que considerar cada vez los pros y los contras, medir la proporción entre los resultados y los medios, y decidirse no pocas veces por el bien mayor o el mal menor. No hay ningún principio absoluto, ninguno, aparte de hacer el mayor bien posible. Y la certeza absoluta no existe. ¿Destrucción de embriones? Es deseable evitar la destrucción de embriones o incluso pre-embriones humanos, aunque sean de unas horas, pero la terapia mitocondrial no la conlleva necesariamente, y en cualquier caso me parece abusivo identificar el cigoto inicial con un embrión desarrollado y no digamos con un feto. ¿Injerencia en el misterioso orden de la naturaleza? Toda medicina lo es, desde la aspirina a la nanomedicina. Cultivar la tierra es injerencia. Vivir es injerencia. La cuestión es si cuidamos la salud de la vida, de la vida universal, no solo de la humana.
¿Hijos de tres? Sí, y de muchas, de muchos más. De hecho, nunca somos solamente hijos de dos, ni somos solo los genes que nos dieron. Somos hijos e hijas de la Santa Trinidad, metáfora de la Comunidad de todos los vivientes y de todos los seres. Somos interser, polvo de estrellas extintas, partículas de estrellas aún por nacer.
Bendigo la comunión de la Vida que somos, y a la mujer que dona su óvulo fecundo, y la asombrosa mitocondria que guarda la memoria de nuestra ascendencia universal. Bendigo el Misterio que nos engendra y nutre, transformándonos sin cesar. Creatividad sagrada en el corazón infinito del átomo y del universo. Fondo Bueno de la realidad, Espíritu, Dios. Salud, Salvación, Cuidado. Y está en nuestras manos.
José Arregi