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LA NUEVA COSECHA

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¿En qué consiste la nueva cosecha? Esa cosecha es el fruto de una estación que está próxima a morir para dar lugar a otra estación y a otros frutos.

En el tiempo de Jesús, la Antigua Alianza había dado de sí todo lo posible. Llegaba a su fin. Había producido su fruto, aunque había sido un fruto decepcionante. Resultaba urgente recoger ese fruto tan magro, analizar por qué había fracasado, dejar reposar las tierras agotadas, desmalezar nuevas tierras y en lo posible recurrir a un nuevo tipo de semillas, más fuerte, más resistente, más rentable, de manera que la nueva estación produjese mejores y más abundantes frutos.

¿Qué es lo que se había sembrado en la Antigua Alianza? Un gran proyecto, audaz, maravilloso: el proyecto de una sociedad justa y profundamente humana. Pero fue un fracaso, o casi. Ese proyecto había nacido cuando el pueblo de Moisés, habiendo soportado penas y miserias, acababa de huir de una insoportable situación de esclavitud bajo el látigo de un poderoso rey egipcio. Los fugitivos se habían jurado por lo más sagrado conformar una sociedad totalmente nueva, en la que ya no habría jamás esclavos, ni pobres, ni ciudadanos de segunda.

Pero, en la época de Jesús, transcurridos ya unos 1.250 años, lo que quedaba de aquel proyecto era desolador. El pueblo de la libertad había caído nuevamente en la esclavitud, y esta vez en su propio país. Era necesario volver a las fuentes. Desempolvar el proyecto original. Eliminar todo lo que en su trayectoria lo había ablandado y finalmente asesinado.

Ésa fue la tarea que emprendió Jesús. Soñaba con que su pueblo reencontrase el espíritu primigenio, el espíritu de la efervescencia, de la alegría, de la liberación, del entusiasmo y del compromiso de los albores de su existencia, ese mismo espíritu de libertad, de audacia, de solidaridad, de coraje que le había dado vida. Soñaba con que su pueblo renaciera con ese espíritu que lo había creado, que lo había conformado como un pueblo libre de su vieja piel de esclavo y envuelto en la luz de una vida completamente nueva.

Era necesario que el pueblo de Jesús se reencontrara con su vocación. Una vocación que es actualmente igual a la nuestra. Como ayer, él nos llama no a reproducir eternamente los mismos moldes, a machacar siempre sobre los mismos viejos asuntos, a embalsamar siempre a los mismos muertos, a sembrar siempre de igual modo el mismo grano, en las mismas tierras, sino a aspirar en grande. A abandonar nuestras conocidas riberas y a correr el riesgo de ir más lejos, siempre más lejos, dejándonos empujar por el viento del espíritu y por novedades cada vez más sorprendentes.

"La mies está madura" dice Jesús, Esto quiere decir que ha llegado el tiempo de los grandes cambios. Recojamos rápidamente lo bueno que el mundo viejo y enfermo ha producido y comencemos a crear, a inventar nuevos caminos con el mismo espíritu que animaba a los hebreos hace 3.250 años, y con el mismo espíritu de quienes hace dos mil años prefirieron dejarse devorar por las fieras en los circos de Roma antes que adorar la estatua del mismo imperio que fabricaba y traficaba con esclavos.

Ya están maduros los tiempos de un mundo nuevo. Un mundo imaginado desde hace mucho tiempo pero que nunca llega. Un mundo de solidaridad, de justicia, de igualdad, de fraternidad que excluye toda forma de esclavitud y rechaza seguir sacrificando a los antiguos dioses de esos tiempos remotos en que el ser humano estaba todavía avasallado por las fuerzas de la naturaleza, o sometido como bestia de carga al poder de otros humanos.

Según Jesús, la nueva cosecha está madurando en todo el mundo. Sólo requiere hombres y mujeres capaces de discernirlo y juntarse en número suficiente para recogerla antes de que el mal tiempo lo eche todo a perder.

 

Eloy Roy

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