¿HUÉRFANOS DE DIOS Y DE LOS HOMBRES?
Vicente MartínezDios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para conocer la diferencia (Thomas Merton)
8 de marzo, domingo III de Cuaresma
Jn 2, 13-25
-Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados
-Quitad eso de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado
Cuando diariamente los Medios de Comunicación nos bombardean prioritariamente con sucesos que nos dejan emocionalmente lisiados, elevamos gritos al cielo -y a la tierra- preguntando por qué lo hacen los hombres, por qué aquél y ésta lo consienten.
¿O tendrá razón Romano Guardini cuando asegura que “Los hombres mismos hemos sido quienes hemos convertido la vida en lo que es”, y seguidamente le exculpa añadiendo que “no es honrado que luego nos levantemos a decir que Dios no puede ser bueno si todo va así”? ¿O debemos tomarlo a modo de tentaciones que, como las de Jesús en el desierto, nos oferta la vida para purgar -sin que sepamos cómo ni por qué- nuestros pecados?
Huérfanos de Dios y de sí mismos, los hombres asisten indiferentes a “la pelea que ovo Don Carnal y la Cuaresma” dramáticamente relatada por el Arcipreste de Hita en El libro del Buen Amor.
-“A un hombre no le gobiernan los cielos. A un hombre le gobierna su voluntad”, le dice el Demonio a Cam en la película Nuac. ¿Entonces, toda la culpa es nuestra, según parece insinuar Guardini afirmando que “Dios se decidió a crear seres que tienen libertad y a darles así su mundo en la mano”?
En su visita a Filipinas (enero 2015) el Papa Francisco escuchó de boca de una niña, Glyzelle, abandonada por sus padres y víctima de la prostitución y de la droga: “¿Por qué Dios permite esto, incluso si los niños no tienen culpa?” El Papa, conmovido, dejó de lado su preparado discurso, y en el improvisado –el corazón nunca prepara- dijo tras abrazar a la pequeña: “Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta”.
¿Será cierto que Cristo construye la nueva humanidad sobre la gracia, como comenta Pablo en su Carta a los Romanos? Entre tanto, su fiel seguidor, que siempre pisa tierra, pasa a la acción instando a los filipinos y a su presidente a rechazar “las estructuras sociales que perpetúan la pobreza, la corrupción y la ignorancia”. No cabe hoy la propuesta de Jesús: coger de nuevo el látigo de cuerdas y expulsar del templo animales y cambistas.
La propuesta de su sucesor en Roma es preguntarnos, como muestra de nuestra condición humana y compromiso, si hemos aprendido a llorar cuando tropezamos con las miserias que anegan el mundo en nuestros días. "Cuando nos hagan la pregunta de por qué sufren los niños (...) que nuestra respuesta sea o el silencio o las palabras que nacen de las lágrimas”
Y lo primero de todo es aceptarnos en nuestra cualidad más esencial de ser humano: que por naturaleza somos seres finitos. Como es difícil aceptarlo, el hombre construyó en su mente un mundo de futuro, que era infinito, y acabó creyendo en lo que había imaginado. En él los buenos recibirían premio por sus obras, y los malos serían –también para siempre- castigados.
LIBERA ME DOMINE
Libérame, Señor,
de todos los ángeles y arcángeles
que pueblan los altares
de tus santas iglesias.
Tan sólo me parecen sueños
que se esfuman, una vez despertados:
que asciendan cuanto antes a los cielos.
Libérame de todos los demonios,
con tridentes y cuernos decorados
que tanto asustan a la gente.
Libérame de Cristos azotados
y Vírgenes Angustias coronadas,
como las de Gregorio Hernández.
¡Me traen a la memoria
demasiado dolor!
El corazón me ciñen con espinas,
y la conciencia con remordimientos
de no sé que pecados.
Libérame también, en consecuencia,
de los confesonarios;
de los dominicales meaculpas,
de los golpes de pecho
que me abren la llaga del costado
con lanza de Longinos.
Libérame de Santos y Beatos
que cual eternas plañideras
anegan mi existencia
con su llanto.
Libérame de catedrales
espesas de oraciones y de incienso,
que han perdido el aroma
en tanta boca vana y vanas manos.
(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)
Vicente Martínez