LA HUMANIDAD SE ENGENDRÓ EN TU VIENTRE
Vicente MartínezCuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella.
(Lope de Vega)
29 de marzo, Domingo de Ramos.
Lc 1, 28-31
Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo: Alégraré, favorecida, el Señor está contigo. No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús.
En un cada día más demacrada Cuaresma, irrumpe con estruendo la festividad de La Anunciación del Señor. Una verdadera alegría caída como semilla de vida en una ciudad de Galilea llamada Nazareth. La causa, el anuncio del nacimiento de Jesús. La Iglesia ha permitido que ese día -25 de marzo- pueda sonar la música instrumental y se adornen los altares con flores.
El ¡Alégrate! es obertura de trompetas que pregonan la salutación angélica al episodio de la maternidad universal de María. El poeta checo Rainer M. Rilke lo cantó en este verso: "portando a millones de hombres concentrados dentro de ella".
Dios se manifestó en la mitológica figura de nuestros primeros padres a toda la familia humana. Y sella esta epifanía con Noé cuando le dijo: "Esta es la señal de la alianza que he establecido entre yo y toda carne que existe en la tierra" (Gn 9, 17). Toda carne, todo ser, todas la religiones. Nadie puede quedar excluido. Es la consecuencia natural de la unidad de la existencia.
Para el beato Jan van Ruuosbroec, místico belga del s. XIV, "la Encarnación constituye, pues, la manifestación de los esponsales entre el Hijo de Dios y la Virgen María, quien simboliza a la raza humana". De ello se desprende que la naturaleza del hombre se diviniza. Dos siglos más tarde otro gran místico, San Juan de la Cruz, hará similar propuesta en Noche oscura donde la escala de la perfección se ha consumado con el ascensus de ella y el descensus de Él:
¡O noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
Esta doctrina de la divinización o deificación de la humanidad ha sido manifestada por todos los místicos espirituales. El monje benedictino Bede Griffiths (1906-1993) decía que "Este es el destino de toda la humanidad: realizar su unidad esencial con la Divinidad". Y para fundamentar esta manifestación, solían citar la Segunda Epístola de Pedro: "para que participéis de la naturaleza divina" (2P 1, 14)
Un hecho tan trascendental, que no solo atañe al Jesús histórico sino a la raza humana entera y a la totalidad del cosmos material. No es un Jesús tan de los cielos que nos resulta complicado identificarnos con su figura. ¿Dónde quedaría, entonces, la tierna evangélica caricia de "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros?"
Que las divinidades se encarnen en el mundo fenoménico es un hecho habitual en la historia de los hombres, incluso en nuestros tiempos. Al emperador del Japón se le llama tennô, que significa "soberano celestial". Un Dios descendiente de la Diosa del Sol, Amaterasu, manifestado bajo forma humana. El Dalai Lama es reverenciado por los tibetanos como la encarnación del vodisatva Avalokitesvara.
Y habitual es también este tema en el arte judío, musulmán y cristiano. En el Protoevangelio de Santiago se narran dos Anunciaciones. En la segunda, el ángel se limita a anunciarle su maternidad mientras está en su casa hilando. En Gálatas 4, 4, San Pablo sin limita a decir que "Jesús nació de una mujer, nació bajo la ley", refiriéndose a un nacimiento normal como el de cualquier otra persona. Sin insinuación al concepto de virginidad y sin relato alguno milagroso.
EL HÁGASE DE UNA DONCELLA
Un sí desnudo fue tu fiat
que a ti y a mí y al mundo desnudó.
Los viejos vientres de la ley antigua
no servían para engendrar los hijos
que el Nuevo Testamento demandaba.
Tu SÍ desnudo, abrió el seno del mundo
fértil al hombre nuevo...
y nos dejó a todos preñados de Evangelio.
(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)
Vicente Martínez