UN SUPERMERCADO EN EL BARRIO
Vicente MartínezDijo el discípulo al maestro: -Me siento desanimado, ¿qué puedo hacer para recuperar el ánimo? El maestro le respondió: -Anima a los demás (Bouddha)
10 de abril, III domingo de Pascua.
Jn 21, 1-19
-Les dice Jesús: -Venid a almorzar
-Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió e hizo lo mismo con el pescado.
Jesús nunca se distanció de los suyos esfumándose en la lejanía de una remota trascendencia. “Descubrimos al Señor, dice Shökel, como a compañero y amigo, que sigue de cerca las preocupaciones de sus discípulos”. Su profunda humanidad fue siempre Alianza. Una Biblia Interior de su conducta, escrita en el corazón como lo pronosticó Jeremías 31, 33 refiriéndose a Israel: “Así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro -oráculo del Señor-: meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón”.
Esta Biblia Interior era la fuente que apagaba la sed espiritual de vida de Jesús, y apagará la de todos los sedientos. El profeta Ezequiel describió poéticamente la forma de vivir esta existencia: “A la vera del río, en sus dos riberas, crecerá toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales”. (Ez. 47, 12). En el capítulo 21 del Apocalipsis, el Señor dice que “al sediento le dará de beber de balde del manantial de la vida”, y que en ese cielo y tierra nueva tenemos todos cabida.
Tanto el Jesús curador como la Iglesia, -como las viejas tradiciones sanadoras-, han utilizado culturalmente los signos del contacto. Lucas 16 nos dice que otorgó a sus discípulos el poder de sanar enfermedades. En las técnicas orientales de siempre, los protagonistas absolutos son el individuo y su organismo. El único instrumento que interviene son las manos del especialista que exploran con precisión el cuerpo y se adaptan a las necesidades particulares de cada persona.
El historiador judío Flavio Josefo se hace eco en su obra Antiquities (18, 63-63), de la fama que tenía Jesús como “¡hacedor de obras portentosas!”, particularmente como sanador. El propio Jesús se refirió a sí mismo dos veces utilizando la imagen del médico: Mc 2, 17 y Lc 4, 23. Una imagen que los cristianos prodigan cada día entre sus conciudadanos. El Primer Ministro del Reino Unido lo ha hecho en su discurso de Pascua de Resurrección: “La Iglesia no es una colección de edificios de gran belleza; es una fuerza viva y activa que realiza obras admrables a lo largo y ancho de nuestro país: cuando la gente carece de hogar, allí está la Iglesia proporcionando alimentos calientes y cobijo; cuando la gente es aplastada por la adicción o está deshauciada; cuando la gente sufre o está desolada, ahí está la Iglesia”.
Se cuenta esta pedagógica historia en el budismo: Dijo el discípulo al maestro: -“Me siento desanimado, ¿qué puedo hacer para recuperar el ánimo?” El maestro le respondió: -“Anima a los demás. El cuerpo se cura con el cuerpo”. La vida de Jesús era un dispensario de salud donde los necesitados podían adquirirla gratuitamente sin requerimientos de prescripciones ni recetas. El carpintero de la vieja granja y su “Árbol de Problemas” nos enseñan también cómo tratarlos.
EL ÁRBOL DE LOS PROBLEMAS
El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se estropeó y le hizo perder una hora y, al momento de irse, su vieja furgoneta se negó a arrancar.
Mientras le llevaba a casa en mi coche, me acompañó en silencio. Una vez que llegamos me invitó a conocer su familia. Cuando nos dirigíamos a la puerta de su casa se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, al tiempo que rozaba las ramas con ambas manos.
En el momento en que la puerta se abrió, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó con ternura a sus dos hijos pequeños, y le dio un cariñoso beso a su esposa.
Me presentó y, después de charlar un momento con ellos, me acompañó hasta el coche.
Cuando pasamos junto al árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que le había visto hacer un rato antes.
“¡Ah, es mi árbol de problemas¡ contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego, a la mañana siguiente, los recojo otra vez. Pero lo divertido es, dijo sonriendo, que cuando salgo a recogerlos, no hay ya tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.
Vicente Martínez