“Tenemos sed, en un mundo convertido en desierto, sed de encontrar compañeros con los cuales compartir el pan" (Antoine de Sant-Exupéry)

24 de abril, V domingo de Pascua

Jn 13, 31-33a. 34-35

En eso conocerán todos que sois mis discípulos, que os améis unos a otros.

En su obra No Boundary, Ken Wilber escribe “que el individuo llega a sentir más allá de cualquier sombra de duda, que es fundamentalmente UNO con el universo entero, con todos los mundos, elevados o bajos, sagrados o profanos. El sentido de identidad se expande más allá de los estrechos confines de la mente y del cuerpo, y abarca todo el cosmos”. Un “No hay Frontera” que le lleva a proponer una trascendental confraternización de todas la grandes religiones de todos los países y culturas, de Este y Occidente. Más que un mandato es, ante todo, un don y una revelación de Jesús a sus discípulos.

En Antioquía Pablo y Bernabé reunieron a la comunidad y les contaron cómo Dios había abierto a los paganos la puerta de la fe por medio de ellos. (Hch 14, 27). Así dan cumplimiento al mandamiento que Jesús les dio como nuevo en el Cenáculo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.Y con ello hace no sólo nuevas las relaciones sino también al hombre, a la vida, al tiempo, al mundo. Realmente era nuevo, aunque ya en el AT se había ordenado: “Ama al siervo hábil como a ti mismo” (Eclo 7, 21)

En la versión operística de Berlioz, La Condenación de Fausto, -un ser con profundas ansias de trascendencia y torturado por el amor, que se convierte en una trampa extorsiva tendida por Mefistófeles- el protagonista decide al final de la obra entregar su alma al diablo para que Margarita pueda alcanzar el paraíso. Un amor cerrado, con fronteras. Fausto es incapaz de compartir con los demás las alegrías de la vida y acaba con el Demonio en los infiernos. Todo lo contrario de la historia más positivamente romántica y salvadora de Jesús y los suyos: “volveré para llevaros conmigo, para que estéis donde yo estoy”. (Jn 14, 3)

El hermanamiento no es sólo con los hombres, también con la Naturaleza: los animales, las plantas y las cosas. Decía el filósofo griego Plotino que “Quien haya llegado a la contemplación del universo inteligible, y haya aprehendido la Belleza de la Inteligencia podrá también hacerse una idea del Padre de ésta”. El amor  de Jesús, extenso y profundo como el mar, nunca tuvo fronteras. Más que un mandato es, ante todo, un don y una revelación a sus discípulos.Podemos reconocer, amar y adorar a Dios en cuantos seres nos rodean. Es imposible hacerlo fuera de ellos.

LA VOZ EN EL DESIERTO

Llegue, Jesús, tu voz a mi desierto,
páramo inhóspito de luz y arena.
Mi corazón se encuentra aletargado.
Las ramas de mi higuera, secas.

Cuando los humedales de tu vida
abran sobre la mía sus compuertas,
yo dejaré de ser desierto
y me convertiré en tu despensa.

Todo hambriento de pan y de cariño,
podrá aliviar sus heridas en ella.
¡Llegue urgente tu voz a mi desierto,
renuncio a vocación de paramera!

SOLILOQUIO. Ediciones feadulta

Vicente Martínez