JESÚS Y LA LEY
Vicente Martínez“Los que no piensan terminan siendo esclavos de los otros” (Hannah Arendt)
12 de febrero. VI domingo del TO
Mt 5, 27-57
No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir
En las lecturas litúrgicas de este domingo se nos llama a cumplir con los mandamientos de la Ley de Dios, que nos son propuestos para que los cumplamos haciendo buen uso de nuestra libertad, como aconseja el Eclesiástico en 15, 15-20. Libertad a la que Jesús hace referencia cuando nos recuerda en el evangelio aquello de “Habéis oído que se dijo… pero yo os digo...” (Mt 5, 27-28).
Late una dramaturgia coral en esta sinfonía ritual. Me recuerda al compositor Christopher Williams Gluck que en sus obras nos hace ver aspectos nuevos. Por ejemplo en la ópera Orfeo y Eurídice -primera obra de reforma- donde la protagonista canta el aria “Come nave in mezzo all’onde”: Soy cual nave que agitada, / con escollos en mitad de las olas / se confunde y, asustada, / va surcando el alto mar. / Pero al ver la amada orilla, / deja las olas y al peligroso viento / y va al puerto a descansar. Un puerto cuyo faro de amor es guía de marineros, que les salva de hundirse, amenazados por la fuerza de la inmutables Leyes de la Naturaleza.
Existe en la vida la Ley, que nos obliga al cumplimiento de Mandamientos. Y existe la libertad de sobrepasarlos, lo que sería ir más allá de ellos. A esto lo llamaríamos La Ley del Amor, principal ley del Universo porque de ella se derivan todas las demás leyes positivas, que nos ayudan a evolucionar y desarrollarnos. Los Mandamientos son estáticos, el Amor es dinámico.
Querer aplicar la Ley hasta sus últimas consecuencias es caer en el absurdo. Como le ocurrió a Felipe II cuando sometió a una comisión de teólogos la siguiente cuestión: ¿Se puede hacer un trasvase de agua del Tajo al Manzanares? Y los teólogos le dijeron que no; si Dios ha dispuesto que esos ríos vayan en esa dirección, sería impío querer enmendarle la plana a Dios y cambiar el curso de los ríos.
En el AT la Ley está por encima del Amor, aunque no faltan testimonios de lo contrario. Oseas nos presenta en el capítulo 2 de su Libro, el amor como símbolo conyugal. Y Ezequiel nos cuenta en el 16 una historia de amor con Jerusalén, cananea de cuna y de casta. Aristócrata o plebeya no le importa.
La Biblia nos muestra imágenes de Ley como Camino y Luz. No como la consideraron letrados y rabinos, que la absolutizaron y dejaron estratificada en el calor del corazón humano, prisionera de legales grilletes que hielan y esclavizan. “Los que no piensan terminan siendo esclavos de los otros”, dice la filósofa política alemana, rebelde contestataria del nazismo, Hannah Arendt.
El NT, que no olvida la Ley, es un canto al amor sobrepasándola con creces en sus diversas manifestaciones. Un amor, el de Jesús, que según san Pablo supera todo conocimiento (Ef 3, 19). Y conyugal en sí y como símbolo, con la pecadora pública que le baña los pies, los besa y los unge en casa de un escandalizado fariseo (Lc 7, 36-37).
“Don Quijote soy”, confiesa el ilustre Caballero de la Mancha, “y mi profesión la de andante caballería”, volcándose luego en la nobilísima tarea de socorrer al prójimo, que es la mejor manera de demostrar que se le ama: “Son mis leyes el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal”.
El amor desborda toda Ley divina y humana. Los místicos de siempre -y en este caso del medieval Ibn Arabi-, como significó en este Poema.
CORAZÓN CÓSMICO
Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora, mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas religiosas: es pradera de las gacelas y claustro de monjes cristianos, templo de ídolos y kaaba de peregrinos, Tablas de la Ley y Pliegos del Qorán, porque profeso la religión del Amor y voy a donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el Amor es mi credo y mi fe.
Vicente Martínez