CONFESONARIOS PARA LA JMJ
Vicente MartínezAcaba de ser noticia en la prensa nacional: una carpintería de Ávila situará en el Parque del Retiro madrileño doscientos confesonarios para que, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, los sacerdotes y el mismo Papa Benedicto XVI se sienten a impartir el sacramento de la penitencia a los jóvenes que acudan arrepentidos de sus pecados.
La estructura del mueble, diseñada en forma vanguardista -¡qué sarcasmo!- sugiere el perfil de las velas de un barco fletado hace casi cinco siglos en el Concilio de Trento. Pero, ¿quién puede subir a bordo hoy y para qué aventura, en navíos de penitencia sin objeto ya y sin destino?
Justo es reconocer los efectos colaterales psicoterapéuticos del sacramento. Pero también es preciso admitir que nunca fue esta la razón de ser de su institución y administración. El concepto y sentido de pecado personal contra Dios, aun vigente en nuestros días, necesita una seria y profunda revisión.
Esta doctrina agustiniana del pecado ha causado infinitas torturas, miedos y perniciosos complejos de culpabilidad, en las conciencias de nuestra ya per se doliente humanidad.
Me preocupa acudir a eucaristías en las que el funcionario de turno abre el acto con este Adagio para cuerdas -"la canción más triste del mundo"- de Samuel Barber: Y ahora, hermanos, antes de iniciar esta celebración, reconozcamos nuestros pecados. Unos momentos de penoso silencio para la profunda concienciación de los mismos, y luego la solemne triple entonación del mea culpa ante Dios, ante la corte celestial y ante la asamblea.
¿No podría considerarse ésta una versión apostólica romana de la Teología del Gusano, articulada en formas de creencias más deshumanizadoras que liberadoras? Preferible sería que, en consonancia con las ciencias de la Neuropsicología actual -y de la Buena Nueva del Evangelio-, estas celebraciones se iniciaran con una melódica obertura de acción de gracias por todos los bienes recibidos y por todas las cosas que hemos hecho bien en nuestra vida.
La Iglesia, que es muy sabia porque es muy vieja, ha sido siempre más tortuga que liebre. Puede estar en lo cierto en razón de las consecuencias negativas que las mudanzas bruscas pudieran suponer para muchas personas. Pero también es verdad que el ritmo de los cambios no es homogéneo, y que hoy esa aceleración en el tiempo es más urgente que nunca. La mayoría de las propuestas espirituales llegan tarde y, generalmente, en versión profundamente rancia: caparazones de fósiles que ya a nadie interesan salvo a los hinchas de la paleontología.
Reforzar la idea del sacramento de la penitencia con gestos como el de los confesonarios –antiguallas registradas en las almonedas de la Fe- pertenece a esta categoría.
Vicente Martínez