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RESURRECCIÓN Y VIDA

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Dios nos libre del árbol de la felicidad que no echa flores (Mark Twain)

Domingo 2 de abril. V de Cuaresma

Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis, viene a decir el Señor al pueblo de Israel (Ez 37, 12-14), porque la redención es copiosa, añade el Salmista (Sal 129). Lo reitera Pablo en Carta a los Romanos 8, 8-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. Y el Evangelio de este domingo personifica en Jesús la idea de resurrección, cuando le dijo a la dubitativa Marta: “Yo soy la resurrección y la vida”; el que cree en mí, aunque muera, vivirá para siempre (Jn 11, 25).

La historia real narrada por la directora de cine francesa Anna Fontaine en Las inocentes (diciembre 2016) es el canto a un resucitar prolífico a una nueva forma de entender y de vivir la vida. El  relato de unas monjas polacas embarazadas tras ser violadas por las tropas rusas al terminar la II Guerra Mundial en un monasterio de clausura cerca de Varsovia. Una religiosa, Hermana María, protagonista del largometraje sale discretamente del convento, cruza un campo nevado y llega a la ciudad en busca de un médico: Matilde Beaulieu, inexperta cirujana en estos menesteres de partos, deberá aprender a sacar adelante esta inusual situación y ayudar a las hermanas.

Es en este mundo espiritual en femenino, desgarrado por la violencia de la guerra y sus consecuencias altamente perturbadoras de la vida monástica, donde se muestra una imperturbable empatía por estas mujeres, que viven sus futuras maternidades en riguroso secreto con tal de evitar un escándalo y el cierre del convento: un contexto político claramente muy poco favorable a la religión. La joven cirujana francesa acepta compartir el secreto de las religiosas y se arriesga a garantizar el seguimiento cotidiano de los embarazos. Una ayuda crucial, la de la cirujana, que anima progresivamente a las hermanas a abrir sus puertas, sus cuerpos y sus espíritus a estos nacimientos, que les devuelven a una condición de mujer que había sido suprimida, de una u otra manera, por la búsqueda de Dios.

Vida carnalmente nacida y vida contemplativa se unen en el eslabón que perpetúa y mantiene vivo el mundo: la mujer. De las lágrimas a la alegría de arropar y amamantar a recién nacidos, de las horas de contemplación al dolor-amor de ver florecer su carne, de la tragedia al descubrimiento de la maternidad.

Un nuevo mundo marcado además por el miedo a la condenación, los efectos traumáticos de las violaciones, las dudas metafísicas, la negación del embarazo, el dolor de los partos, el sentimiento de culpabilidad tanto de quedarse como de separarse de sus bebés, etc. etc. En este lugar en el que no es fácil "poner a Dios entre paréntesis durante la consulta", unas mujeres que sufren en lo más hondo del alma la crueldad de la guerra, tratan de conservar la esperanza, debatiéndose entre su fe, la observancia de las reglas y el despertar de sus cuerpos ante la inesperada irrupción de la vida. Un valor que sobrenada todo, y es el amor a la vida que derrumba barreras, que une y perdona.

Mark Twain escribió en Carta a Joe Goodman: “Dios nos libre del árbol de la felicidad que no echa flores”. Era un árbol seco la Madre abadesa que, cuando María, le dijo: “La hermana ha hecho lo correcto”, ella le contestó con acritud: “Pero ha infringido las normas”¿Representan estas clausuradas el flexible nuevo Reino de Dios siempre creciente en humanidad, y la abadesa la habitualmente anquilosada jerarquía tradicional de la Iglesia? En una entrevista al Papa (22 enero 2017), Francisco respondía al periodista: “Con respecto a la Iglesia, yo diría que la Iglesia no deje de ser cercana. O sea, que procure ser continuamente cercana a la gente. Una iglesia que no es cercana, no es Iglesia”.

La japonesa Marie Kondo (1984), experta en organización y escritora, ha dicho en su obra La felicidad después del orden (Aguilar 2016): “Quien se sienta continuamente ansioso y no sepa bien por qué, que pruebe a ordenar sus cosas. Que las sostenga entre las manos y se pregunte si le hacen feliz. Luego, que acaricie aquellas que desea conservar con la misma delicadeza con las que toca su propio cuerpo, y todos los días de su vida se llenarán de felicidad”.

La mística y poeta Mary Oliver (Ohio, 1833) nos invita en su obra Felicity, siguiendo la propuesta de Marie Kondo, a estar totalmente ocupadas siendo rosas.

 

ROSAS

Todo el mundo se hace de vez en cuando 
esas preguntas para las que no existe 
respuesta: el origen del mundo, la existencia de Dios,
qué sucede cuando se baja el telón
y nada lo detiene, ya no habrá besos, 
ni Súper Bowl, ni visitas al centro comercial.
“Rosas salvajes”, les dije una mañana. 
“¿Tenéis las respuestas? Y si las tenéis, 
¿me las daríais?”
Las rosas sonrieron dulcemente. “Perdónanos”, 
respondieron. “Pero como puedes ver, 
justo ahora estamos totalmente
ocupadas siendo rosas”.

 

Vicente Martínez

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