SI NO LO VEO, NO LO CREO
José ArregiCuenta el Evangelio de Juan que, tres días después de haber sido crucificado, Jesús se apareció vivo a sus discípulas y discípulos, y les saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Ellos se llenaron de alegría. No era para menos, pues significaba que la bondad profética era más fuerte que el imperio y el Sanedrín, y que el sueño de Jesús tenía razón.
Pero en aquella ocasión faltaba Tomás, que llegó luego. Sus compañeros le dijeron: “¡Hemos visto a Jesús vivo!”. Él pensó que se engañaban o que lo engañaban, y les dijo: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi mano en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré”. Así se convirtió en imagen de quien se niega a creer algo inverosímil sin pruebas suficientes, y hoy todavía decimos: “Yo como Tomás: si no lo veo, no lo creo”.
¿Será por ello el apóstol Tomás imagen de la persona cientificista o positivista, para quien no es real más que lo empíricamente comprobado o comprobable? ¿Será Tomás prototipo de quien cierra los ojos a lo Invisible tan manifiesto en todo lo visible, de quien se resiste al Misterio más grande, por pusilanimidad, ofuscación o autosuficiencia? No, Tomás es más bien modelo de fe, una fe que cuestiona, relativiza y trasciende todas las creencias, sean éstas religiosas o no. No se puede ser creyente sin ser “incrédulo” de las creencias, sin liberarse de ellas. La fe no consiste en profesar creencias –que “Dios existe”, que un muerto se aparece o que el horóscopo determina el destino–. La fe de la que habla el Evangelio de Jesús es esa cualidad humana profunda –religiosa o no, con creencias o sin ellas, poco importa– que se compadece activamente de la vida que sufre y que confía creadoramente en la Vida que resucita.
Hizo bien Tomas en no creer en la aparición de Jesús resucitado hasta que no lo vio con sus propios ojos, de acuerdo al relato del evangelio de Juan. Y haríamos bien en no entender este relato evangélico y todos los demás en un sentido literal, en no pensar que Tomás vio físicamente después de su muerte. El escepticismo de Tomás es hoy, más todavía que entonces, exigencia de una fe madura, que no consiste en creer lo que no vemos o algo de lo que no estamos convencidos por argumentos racionales.
Es verdad que creemos muchas cosas sin haberlas visto: creemos que somos hijos de nuestra madre, aunque no lo hemos comprobado, pero si algún día nos asaltara la duda, ahí está la prueba del ADN que nos sacará de toda duda. Creo que Saturno es un planeta gaseoso o que en el interior del átomo es muchísimo más grande el vacío que la masa, aunque no lo he visto por mí mismo, pero quienes lo enseñan lo han demostrado científicamente, y yo mismo podría comprobarlo si me pusiera a ello. Hay mucha gente que cree cosas mucho más difíciles sin que nadie lo haya visto ni comprobado. Me pasma constatar, por ejemplo, que más de la mitad de nuestra sociedad cree que en la homeopatía hay algo más que efecto placebo, aunque en 150 años de investigaciones científicas nadie haya encontrado todavía más que agua con un poco de glucosa y otro poco de lactosa.
La fe cristiana de muchos –en la concepción virginal de Jesús, el sepulcro milagrosamente vacío o la transubstanciación eucarística…– funciona como la creencia en el horóscopo o en la homeopatía. Tomás nos dice: “No creáis nada porque os lo hayan contado, porque sea dogma, porque os lo diga un papa supuestamente infalible. Sentíos libres para no creer nada que os resulte increíble, y sed respetuosos con la gente que cree, sin dejar de cuestionarla y dejándoos cuestionar siempre”.
Ocho días después, dice el relato, Jesús se les apareció de nuevo y dijo a Tomás: “Mira mis manos heridas, mete tu dedo en mi costado herido”. Tomás se rindió al Crucificado herido y Viviente. Y Jesús le dijo: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Tomás es el primer dichoso. Pero no se trató de apariciones y creencias. Con los ojos y la compasión de las entrañas, recordó y miró a fondo la historia compasiva de Jesús y sus llagas, las llagas de todos los seres vivientes. Vio porque a pesar de todo confió y confió porque vio el fondo en la forma. Vio la Vida en el fondo de la muerte, y se convirtió en Testigo y en Viviente.
José Arregi
DEIA