MAESTRO
Vicente MartínezDe hecho, la búsqueda de la verdad se encuentra en el propio fundamento de las enseñanzas de Sócrates, de Jesús y de Buda (Frédéric Lenoir)
22 de octubre. Domingo XXIX del TO
Mt 22, 15-21
Maestro, sabemos que eres sincero, y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias
En la película El maestro de música, se cuenta la historia de un cantante retirado de la ópera, que toma a dos alumnos cantantes –Sophie y Jean– para sacar de ellos los genios que llevan dentro. Su respuesta es enseñar, compartir con ellos todo lo que sabe, todo lo que ha aprendido a lo largo de su vida y transmitírselo para que su arte no muera con él, para dejar huella de su efímero paso por el mundo, para hacer lo único que da sentido a nuestras vidas: dar. Jesús, Maestro también de la partitura verbal de su evangelio, dejó como legado a sus seguidores la misma bella historia. Ojalá que, como Sophie y Jean, igualmente nosotros acabemos ganando en un concurso de canto el primer premio.
La melodía sacra de la voz de Jesús se infiltra por todas las rendijas del alma de la Humanidad. Una voz y unos textos que riman en perfecta asonancia con la vida, como el mejor soneto de Petrarca. Véanse a título de ejemplo, los dos tercetos del Nº 123, que Liszt musicalizó para deleite nuestro: “Cordura, Amor, Dolor y Cortesía / tan bien armonizaba su lamento / que nunca el mundo oyó tal armonía; / y el cielo estaba a ella tan atento / que en las ramas ni una hoja se movía, / pues su dulzura saturaba el viento”. Los verdaderos maestros, escribió en Mâitres à penser Roger-Pol Droit: “no son nombres sobre cubiertas de libros, sino también timbres de voz, estilos de mirada, maneras de comportarse, de bajar la cabeza o de estrechar la mano”.
Los Evangelio relatan una constelación de hechos que configuran el rostro de Jesús con indicaciones claras de su dimensión plenamente humana. Son cúmulos estelares abiertos, en unos casos, y arremolinados en significativas figuras, en otros. Discípulos o no de tramposos y enredadores fariseos, el Maestro de Nazareth puede dialogar con ellos en cualquier espacio y cualquier tiempo. En consonancia, a veces, a veces en sugerentes disonancias.
En la segunda lectura de este domingo, Carta 1 a los Tesalonicenses versículos 2-3, Pablo da gracias a Dios “recordando vuestra fe activa, vuestro amor solícito y vuestra esperanza perseverante”. La liturgia quiere resaltar con ello la idea del diálogo y la importancia de su mantenimiento vivo en hechos: fe, amor y esperanza.
La tensión entre Jesús y las autoridades religiosas (fariseos) y civiles (herodianos), salta a la vista. Dialogar para llegar a un acuerdo, imposible. Su intencionalidad es claramente desestabilizadora: un complot protagonizado por los poderes establecidos, orientado a conducir al Maestro a un terreno extremadamente peligroso, cualesquiera que fuere el tipo de respuesta por ellos esperada. Lo de “al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” les desconcierta y, avergonzados, le dejaron y se fueron. ¡Qué pena que en esta ocasión no recordara la escena del templo y al grito de “¿Por qué me tentáis, hipócritas?”, no convierte el denario en azuzante látigo y les expulsa una vez más de su presencia.
En su obra Jesús Sócrates Buda Tres maestros de vida (Editorial PPC), el filósofo francés Frédéric Lenoir (1962) nos dice de estas tres memorables figuras históricas que la búsqueda de la verdad se encuentra en el propio fundamento de sus enseñanzas. A ellos y al personaje que se sentó a mi puerta como dice Rabindranath Tagore en su poema de El Jardinero, debemos escuchar atentos para aprender a vivir de ellas.
POR QUÉ AL AMANECER
¿Por qué se sentó a mi puerta con el alba? Cada vez que salgo o entro, tengo que pasar a su lado; y mis ojos, cada vez, se prenden en sus ojos.
No sé si hablarle o no. ¿Por qué se sentó a mi puerta? ¡Qué negra la noche nublada de julio! ¡Qué suave el azul del cielo en otoño! Los días de la primavera, ¡qué inquietos al viento del Sur!... Las canciones que él canta tienen cada vez una melodía.
Y se me nublan los ojos, y tengo que dejar mi trabajo…
¿Por qué se sentó a mi puerta?
Vicente Martínez