PREMIO NOBEL
Eloy RoyAnualmente se otorga un Premio Nobel a las personas en quienes se reconoce una inestimable contribución a la paz, la ciencia, la literatura o la economía. Pero entre todos los "nobelizados" raramente figura un hombre o una mujer pobre entre los más pobres.
Como son muchísimos en el mundo me parece que sería justo que se otorgue un premio Nobel por año a uno o una de esos valientes desconocidos que, contando sólo con su corazón, el sudor de su frente y la fuerza de sus brazos, contribuyen a que la vida miserable de centenares o miles de personas de su entorno sea menos insoportable.
Pienso en especial en los hombres y en las mujeres de la China que, en la misma roca de montañas extremadamente áridas y altas, tallan a puro pulmón terrazas de una enorme belleza en las que cultivan arrozales y árboles frutales.
Pienso en aquellos y aquellas que cavan pozos casi sin fondo y largos canales para regar y hacer florecer inmensas extensiones de tierra amenazadas de desaparecer bajo la arena. En aquellos que plantan millones de árboles y levantan una "Gran muralla verde" contra el avance de los desiertos.
En los que transforman los desechos en fuentes de energía, y en todos aquellos y aquellas que hurgan en los basurales para recuperar todo lo que puede ser reciclado. En todas esas valientes mujeres que mantienen y limpian las calles de los pueblos y ciudades de la China. Esa magnífica gente merece el mayor de los respetos y en lo posible al menos ¡un Premio Nobel por año!
A esta lista habría que añadirle los millones de personas que prefieren la bicicleta y se conforman con vivir simplemente con el objeto de que muchos otros millones puedan vivir con dignidad.
Y a todos esos simpáticos estudiantes de las universidades chinas, felices de compartir sus exiguos e inconfortables dormitorios con más compañeros y que se queman las pestañas estudiando; no tienen tiempo ni dinero para divertirse, nunca se quejan de su suerte y siempre andan sonriendo.
Y a todos aquellos y aquellas que se dedican a la investigación sin hacer ruido, a los que trabajan o cumplen funciones destinadas a librar a los pobres del peso que los aplasta. Todos ellos están entre las mujeres y los hombres más grandes de la tierra.
Y ciertamente, junto a ellos, todo aquel que le dé una mano a alguien más pobre, tratándolo y respetándolo como a un igual, alentándolo como si fuera su hermano o hermana. Es ¡un héroe, un sabio y un santo!
El ejemplo del valiente señor Ma del Heilongjiang es bien conocido en la China. El señor Ma es un leñador que en el trascurso de su vida ha cortado 36.000 árboles. Pero diez años después de jubilarse había plantado ya 46.000 árboles. Todavía a los 80 años sigue plantando diariamente árboles. ¡Diez mil Premios Nobel para el señor Má! Y también para el valioso señor Cheng Ahihou de la zona rural de Beijing que plantó 600.000 árboles en 12 años.
Si Dios no se arrepienta de haber creado al ser humano, la culpa la tiene toda esa gente linda. Y no solamente esa gente linda que le da una mano a uno más pobre, sino también todos aquellos hombres y mujeres que se desviven cada día y por todas partes para construir un mundo sobre bases justas, de manera que de la faz del mundo desaparezca para siempre toda forma de pobreza.
Eloy Roy